viernes, 13 de abril de 2012

Resaca con Blue Label



Tarde llegué al banquete con Blue Label / Etiqueta Azul (Eduardo Sánchez Rugeles, 2010). Necesité una apendicitis y un reposo postoperatorio para retomar -o sea, re beber- la lectura que hacía unos meses había comenzado con avidez pero que tuve que interrumpir por razones seguramente absurdas. Me acerqué con inocencia a la botella y empiné los codos sin prever que, a pesar de su noble talante y los 21 años de añejamiento, me produciría una resaca casi letal.

Ya el mismo autor ha relacionado su novela con Piedra de mar, de Massiani. Cuarenta años después Blue Label logra recrear la manera de hablar del adolescente caraqueño del siglo XXI, que no es otra cosa que la acabada expresión de una manera de ver y sentir el contexto en el cual vive. Ese habla coloquial imbuido de groserías, anglicismos y formas propias, es no sólo la manifestación de una idiosincrasia, sino de una manera particular de entender el mundo y las relaciones con sus pares: “Tirar con Titina es como jugar dominó, ver televisión o ir al cine. Si estamos ladillados tiramos, cero peo. Los dos tripeamos, nadie se enamora y cada quien agarra por su lado. Es una relación sana”, revela el iconoclasta Luis Tévez. Igual que Massiani, el logro de Sánchez Rugeles no es incluir un glosario de imposturas juveniles, sino el de haber calcado, con naturalidad y fino humor, las formas de pensar, ser y percibir de un heterodoxo y heterogéneo grupo de jóvenes recién salidos y por salir del bachillerato.

La Venezuela de Blue Label es la de la llamada revolución bolivariana. Ese es el telón de fondo de las vidas de Eugenia Blanc, Luis Tévez, Vadier, Titina, Mel Camacho. Sus desgastadas carreteras y sus pueblos espectrales forrados de propaganda chavista son el espacio por el cual discurre el viejo Fiat Fiorino blanco que guía el periplo de Eugenia –narradora protagonista de la novela- hacia su abuelo francés: hacia la última esperanza de ser francesa e irse definitivamente del país.

En esa Venezuela se erige el whisky Blue Label (Johnny Walker) como un emblema del esnobismo y, particularmente, del nuevorriquismo propio de quienes ascienden socialmente por vías expeditas. (Alguna vez me comentó el profesor Orlando Albornoz, en medio de una entrevista, que esa cosa de llevarle la cuenta de los años al whisky era muy venezolana, y que en Londres, por ejemplo, la gente se contentaba con pedir en la barra un escocés). De ahí viene el nombre del libro, del ostentoso grito del “impresentable” tío Germán, ataviado con “cholas, gorra de Misión Ribas, short floreado, franela de Pdvsa”: “Aquí se bebe Etiqueta Azul”.

El país de Blue Label es, por lo tanto, el del conflicto y la violencia. Cuando Eugenia presencia en el Centro Comercial San Ignacio una emboscada con forma de cacerolazo y estrangulamiento a una diputada –probablemente Cilia Flores-, no puede evitar sentir cierto placer pero también una cosa parecida al espanto o al desprecio, que la lleva a hacer la apátrida sentencia del desarraigo, del que se sabe sin lugar, sin raíz, ajeno, distinto: “Es la verdad, tengo que irme de esta mierda”. Sentencia que algunos hemos proferido, a media voz o a todo pulmón, una tarde de toque de queda tácito o una mañana al ver la noticia del periódico o después de recibir una llamada fatal.

Hasta ahora he eludido, torpemente, la causa directa de mi resaca. Lo que ocurre es que, por un lado, lo más doloroso es aquello que cuesta poner en palabras y, por otro, que sobre lo que más conmueve de la novela no es mucho lo que pueda decirse sin estropearla a los ojos de quien no la haya leído todavía. En todo caso puede decirse eso, que la novela de Sánchez Rugeles es una novela dolorosa, aunque muy divertida casi todo el tiempo (el filoso humor es una constante, ya sea en el ingenio o la solemnidad de sus personajes, la peculiaridad de las situaciones o las referencias a la cultura pop nacional). El desarraigo cataliza la melancolía en quienes nos toca directamente, pero son otras cosas del relato, sus hilos secretos, su música (su Bob Dylan), lo que termina por devastarnos y dejarnos golpeados e insomnes al cerrar el libro, con la ardiente sensación de un trago en las rocas que en vez de refrescar, corroe el esófago. Puede decirse, también, que sobrecoge la hondura y la fugacidad –tratadas de forma magistral por Sánchez Rugeles- de los momentos y personas que pueden dejar una huella perenne en nosotros, sobre todo en la adolescencia, esa intensa y medio oscura etapa de la vida. “El infierno es la memoria”, nos dice en el futuro, con tanta razón, una Eugenia treintañera.

Con esta novela uno constata que su autor está conectado perfectamente con el espíritu de la época, pero también con esa instancia más universal e intemporal llamada alma humana. He ahí, a mi juicio, el gran valor de Blue Label / Etiqueta Azul. A pesar de todo, del dolor de cabeza, la náusea y la deshidratación… ¡salud!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo que leo es puro cuento, pero ya que recomiendas esta novela...La buscaremos
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leí lo de la película HERMANO y me pasó lo mismo que a tí, mejor no lo pudiste haber reseñado. En cuanto a mi opinión acerca de la misma, me gustaría que revisaras mi entrada al respecto, la puedes encontrar más rápido si entras a la sección DEPORTES de tigrero
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Leí también lo que dices acerca de "Cuando se abandona un blog" y por lo visto a este lo tienes abandonado, eso me entristece pues hace cuatro años, cuando inicié con tigrero, tú fuiste el primero en comentar y resulta que ahora has aflojado, precisamente cuando Venezuela requiere más del aporte de sus hijos en esta hora menguada. Hermano eche pa lante. No se nos quede resagado que tu visión de lo que nos pasa es muy necesaria, recuerda que son muy pocos los blogs venezolanos. TE NECESITAMOS EN EL RUEDO

Ricardo Andrade dijo...

Estimado Alí!
No sé por qué no te había respondido antes. Supongo que por vergüenza... Me apena mucho no seguir tu ejemplo y haber "aflojado", pero sí... tienes toda la razón y aprecio tu honestidad. Justo cuando el grito se hace necesario, opté por el silencio. Ahora sólo espero que de vez en cuando reaparezca la voz. No importa si tímida o trémula, pero que aparezca.
¡Un abrazo bloguero!