viernes, 15 de agosto de 2014

La enseñanza de Mr. White

Acabo de terminar de ver Breaking Bad. Nunca me había atrapado de esa manera una serie. Para mí, los grandes artistas son aquellos capaces de brindarnos un fragmento de nosotros mismos, acaso en un gesto o un amago de eso que llamamos condición humana. Vince Gilligan y Bryan Cranston lo lograron. Y si algo nos define como especie es precisamente la ambigüedad, la paradoja, la contradicción. ¿Quién puede ser rotundamente bueno o rotundamente malo? Pero esos asuntos morales tan tratados por filósofos y teólogos alcanzan mayor nitidez en las historias de esos novelistas y directores que nos ponen en frente de nuestros propios quiebres y fisuras. Esos personajes ficticios como Raskólnikov o Walter White nos ayudan, creo, a entendernos como seres humanos; a ser más justos, incluso. Son personajes ejemplares no en el sentido de que debamos seguirlos como modelos de conducta, sino en el sentido más llano del término: son ejemplo de lo que somos capaces de hacer si ocurriera en nosotros un desbalance o nos raptara por completo una idea. Lo mejor de la serie es que, como en la vida, nadie, o casi ninguno de sus fascinantes personajes, se salva de hacerle concesiones a la maldad, de caer en la tentación. Por suerte...

Creo que voy a extrañar mucho Breaking Bad. Larga vida, Mr. White.

lunes, 23 de junio de 2014

Venezolanamente feliz...

Ayer fue para mí un día venezolanamente feliz. Al mediodía encontré desodorante de barra. No podía creer que le daría descanso a la marca de desodorante de bolita que me vi obligado a usar por primera vez en mi vida (debo “administrar mi victoria”, pues seguramente lo retomaré en cualquier momento). Al final de la tarde, en medio de una fenomenal tranca causada por el tiroteo del Eurobuilding, no me dejé robar el celular por unos motorizados que me golpeaban el vidrio amenazándome de muerte. Lo viví como una proeza de la cual, pasado el susto, tendré que sentirme orgulloso, supongo... De vuelta a casa, entré a un supermercado y, como tocado por la buena fortuna, encontré que había pasta Capri (tornillitos, mi favorita), y por supuesto no la dejé de llevar aunque iba sólo por queso… De modo que no puedo quejarme: fue un día lleno de conquistas, pequeños triunfos y auténticas alegrías. Luego la gente se pregunta cómo es que Venezuela es uno de los países más felices del mundo… Mi problema tal vez sea que sólo quiero una vida normal.