viernes, 4 de abril de 2008

Misión Viacrucis II: Y la aventura continuó

Aquella historia tiene una continuación. Al día siguiente de mi primera salida tuve una segunda, infructuosa pero menos lastimosa. Llegué a media mañana del miércoles 2 de abril al Centro Plaza, siguiendo no sin recelo la pauta de mi muy poco estimada Onidex (Torre D). Cuando llegué a la planta baja de la torre me topé con una multitud, una larga cola de hombres y mujeres dispuestos a cedularse. Lejos de preocuparme por la cantidad de personas que tendría por delante, sentí una emoción indescriptible entre pecho y espalda. No podía creer que coincidiera lo que decía en la página con la realidad concreta y palpable.
- Buenos días, señora… ¿cedulación? –le pregunté a la última de la cola, con la pícara sensación de quien pregunta algo que ya conoce y que le favorece…
- Sí mi amor –estaba todo comprobado, estaba en el sitio justo-, pero ya repartieron los números de hoy.
Ya ustedes sabrán cómo se desvanece un sueño, con cuánta velocidad y crueldad. Toda la evanescencia de un mínimo episodio de felicidad ciudadana en una frase ridícula:
- ¿En serio?
- Sí, pero mañana es otra vez aquí en el Centro Plaza…
Efectivamente, en la página web decía que miércoles y jueves habría módulos en dicho centro comercial ubicado, por cierto, en una de las zonas más amables y ficticias de la ciudad (una muestra nada representativa de la totalidad). Entonces, resignado y desconfiado, me dirigí a los porteros del edificio para reconfirmar la información. Luego de esa nueva frustración sentí el previo alivio de que si llegaba temprano el jueves sería un día mejor y con eso me consolé.
A las 6:00 am de ayer ya estaba alistándome para mi tercera salida, la definitiva. Llegué un poco después de las 7:00 a Los Palos Grandes. Aún sin desayunar, estaba de buen ánimo, el tránsito no estaba tan insoportable y el frescor matinal me daba mucho aliento. Llegué a la planta baja y no vi ninguna cola, lo cual me alegró primero y luego me despertó una pequeña, casi imperceptible, suspicacia. A lo sumo había unas diez personas disgregadas. Me dispuse a caminar hasta la puerta de la torre D y observé en la puerta un letrero parco y descarado, seguramente recién tipeado y pegado:

Suspendida cedulación

Yo no lo podía creer. Por qué el Estado habría de conspirar contra mí. El cartel no tenía explicaciones ni posdatas ni nada. Ni siquiera había un funcionario de la Onidex. No había caras para escupir…
- Eso no depende de nosotros –decían los porteros visiblemente preocupados por una situación de linchamiento al estilo Fuenteovejuna.
- Yo sé, yo sé –fue lo que pude contestar…
Lo única decencia que tuvieron los funcionarios fue la de dejar otro papelito pegado en la pared con los demás lugares de cedulación en la semana. Una muchacha con cara de indignación estaba buscando con el dedo alguna esperanza. Me le uní como por inercia. Lomas de Vista Hermosa, Coche, Avenida Urdaneta. Ajá, Aldea Bolivariana, El Valle, sector Longaray. Por ahí me ubico mejor, pensé, y así se lo recomendé a mi colega de infortunios institucionales. Y hacia allá me fui atravesando la ciudad otra vez.
Llegué preguntado por la “aldea bolivariana”. Me imaginaba un sector con verdes jardines y un pozo de agua suficiente para todos, al mejor estilo de los pitufos. Pero no. Es más bien una estructura endeble de dos plantas que tiene un vasto terreno que sirve de “estacionamiento no estructural” para vehículos livianos y pesados. El nombre que tiene discretamente escrito es el de “Aldea comunitaria” (no bolivariana) y tenía una hoja pegada en la fachada del pequeño edificio que decía a puño y letra: “cedulacción jueves 03/04”. No entendí el porqué de la doble ce, ni siquiera reparé mucho en ese detalle hasta que vi que otro cartel decía “cedulización”. Había un problema con el sustantivo, pero ese no era el más grave problema. Llegué a las 8:15 am. La cola era larga, y siempre más de lo que se podía ver, sin embargo pensé que un par de horas sería suficiente. No hubo repartición de números ni nada, todo parecía muy espontáneo
A medida que pasaban los minutos y los pocos pasos la gente se iba desconcertando y de pronto estalló un miedo que descubrí no era sólo mío. ¿Se acuerdan de la muchacha de Las Adjuntas y la oscuridad de la fotocopia? Bueno, empezaban a devolver personas y la gente se mortificaba, y yo con ellos, aunque yo llevaba mi pasaporte bolivariano.
Que parece que van a parar porque van almorzar.
- ¿Qué?! No joda, si se van le echamos candela a todo esto –gritó el señor que iba un puesto delante de mí. Yo me contagié de ese espíritu piromaníaco e incendiario, y no fui el único.
Caótico. No había más orden que el pudiera imponer uno mismo con su pobre radio de acción y alta propensión a los golpes. No había quien coordinara, era una situación totalmente anómica y anárquica. La gente se coleaba, otros gritaban, unos subían y otros bajaban. Yo observaba, escuchaba y leía. Luego de cuatro horas abajo me tocó subir adonde estaban las máquinas por unas escaleritas de un metal rojo y tembloroso. Estaba más cerca de la meta. Fue cuando pasó una muchacha sin mucha simpatía verificando el estado de las fotocopias y firmándolas con un garabato. Rebotó a varios y a mí me hizo sacarle copia al pasaporte. Entre los rebotados estaba el señor que iba justo delante de mí. Se veía muy humilde y, sobre todo, muy indefenso. No tuvo siquiera la energía de una réplica en favor de las cuatro horas de cola, y se fue.
Allí arriba, a menos de cinco metros de las máquinas, pasó otra hora más de hambre y desesperación. Las piernas y las rodillas chirriaban, gritaban y dolían. Los pies gemían y la circulación de la sangre se sentía en las pantorrillas. Luego de la cola, venía otra subcola para entregar las fotocopias, otra para la foto, otra para la firma y otra para la entrega. Todo era lento, pesado, lerdo. La atmósfera era sofocante y muy desagradable. No había una sola cara linda, ni una sonrisa, sólo la de unos niños que apenas sabían caminar. El calor, el sudor y el estómago haciendo crisis de abstinencia.
Sentí alivio al ver que me recibió la copia del pasaporte.
- Ajá, ¿y el original de esto dónde está? –preguntó con un sadismo que ya habíamos detectado. A ellos les interesa rebotar gente y tener menos trabajo. Había personas con fotocopias perfectamente legibles (datos, números, huellas, fotos, firmas) a quienes les decían que esas no servían. En todo caso, yo abrí mi bolso y le entregué mi pasaporte. Estaba acorralada, tenía que sacarme la cédula. Creo que fue en ese momento que escuché a la que atendía en la cola de al lado decirle a una ciudadana comprensiblemente obstinada:
- Deja la grosería, chica, que si a mí me da la gana no te la saco y ya…
Yo no podía creer lo que oía. Bueno, ya a esas alturas sí podía…
Me tomé mi foto (fue lo único rápido), puse la huella y me dediqué a esperar. Cuando iba a salir la mía, la muchacha que estaba junto a la impresora y la plastificadora, sin excusarse y sin explicaciones, se paró y se fue a “resolver” un problema. La silla vacía y yo esperando, y detrás de mí la gente aglomerándose. Tuve que llamar a otro de los funcionarios que estaba jugando con su carnet para que atendiera la situación. Las cédulas salían impresas pero no había nadie que pudiera separarlas y plastificarlas… El tipo accedió no de muy buena gana y al final, a la 1:28 pm salió mi cédula: ANDRADE FERNÁNDEZ, RICARDO RAFAEL, SOLTERO, VENEZOLANO hasta el 2018 o hasta que se me vuelva a perder.
No pocos minutos he dedicado en las últimas horas a contemplar ese papelito artesanal dentro de ese plastiquito flexible que tanto me costó recuperar. Ya es un hecho, soy nuevamente un ciudadano de este país. A la tercerea fue la vencida, sólo hacia falta paciencia y bastante indignidad.

miércoles, 2 de abril de 2008

Misión Viacrucis o la aventura de los módulos esquivos

Había que reconocer que en lo que a cedulación respecta la Quinta República parecía más eficiente que la Cuarta, o al menos eso podía jurarlo antes de hoy. Aunque el material de la cédula bolivariana es de menor calidad, esta tiene la ventaja de ser digitalizada y entregada de manera inmediata, cosa que no ocurría con aquellas que servían para abrir puertas pero que se tomaban su buen tiempo para ser entregadas, sólo cuando había el material…
Supongo que esta historia empieza cuando un mediodía de la semana pasada me atendían en un feo McDonalds –¿hay uno bonito?- de la tampoco muy agraciada Valencia. No importa por qué me encontraba ahí, sólo quiero destacar que era mi primera visita propiamente dicha a la capital carabobeña y ya no quisiera volver. Hago el pedido y tengo en mi mano un billete verde y suficiente. La cajera pide que le de dos bolívares fuertes para devolverme diez exactos. Abro el koala, saco la cartera y allí consigo Bs. 1300 (débiles), lo cual genera que la cajera empiece a experimentar una situación dilemática bastante aguda –¿regalarme o no regalarme Bs. F 0,70?- que sostuvo por alrededor de cinco minutos mientras pedía sencillo a otros cajeros y compañeros, hasta que gracias a su espontánea bondad y a que nadie más tenía sencillo eligió cederme los 0,70 (léase setecientos bolos). Tanto tiempo había pasado que el vuelto y el pedido llegaron al mismo tiempo. En ese momento tomé el dinero y, entre la simultaneidad de los eventos, mi cartera quedó atrapada en otra dimensión. Más nunca la volví a ver, ni a lo que ella contenía, por supuesto: casi 300 Bs F (cosa excepcional), 3 tarjetas de débito, la de crédito de mi desafortunada madre y –ahí viene lo peor- cédula, certificado médico, licencia, y hasta el rif, sin contar todo lo sentimental que allí podía tener. Hay varias hipótesis del hurto y mi torpeza no se descarta en ninguna, pero el hecho es que me sentí como un esencial idiota.
La cédula es lo primero que hay que recuperar para readquirir la condición de “ciudadano”, me he dicho. Todo lo demás depende de esta pequeña y endeble tarjeta de identificación. Por eso estuve pendiente de la página web de la Onidex. Me planteé ir el lunes para resolver el problema, pero la ubicación de los módulos de cedulación no fue actualizada sino hasta el propio lunes –supongo que nadie se cedula ese día o sólo lo hace si se tropieza fortuitamente con el operativo-, por lo que tuve que optar por el martes. El lugar que más me convenía era el Parque del Oeste Jóvito Villalba, cerquita de la estación de Gato Negro.
Creo que a la altura de La Hoyada, abordaron el vagón un par de chamos con sendas guitarras y comenzaron a cantar y pedir dinero a cambio. Más bien intentaban cantar. Un señor que les dio dinero consolaba su dádiva diciendo “bueno, por lo menos cantan, es mejor a que estén robando”. Estamos de acuerdo. Ahora viéndolo bien, yo debí captar que aquel desafinado dúo era un mal presagio del destino, pero qué se hace, no supe leer la señal. Y ahora que lo recuerdo, cuando comencé a subir las escaleras de Gato Negro una señora tarareaba todavía la canción de la Negra Tomasa que el dueto acababa de mascullar. Ahí seguro había otra señal, un día negro, oscuro, las tinieblas quizá.
Me disponía a ingresar al parque del oeste, pero tres guardias que estaban en la puerta me dijeron, atropellándose verbalmente los unos a los otros, que ahí ya no era el operativo, que lo habían cambiado para el Periférico de Catia. Yo no lo podía creer si antes de salir de la casa y todavía, mientras escribo, aparece en la página que el martes 01 de abril hay módulo en el parque del oeste -corrobórelo aquí- , información que, dicho sea, se posteó el mismo lunes 31 de marzo. Yo estaba confuso y me imagino que tenía una cara de desconcierto.
- Pero bueno, cambiaron el lineup –me dijo uno de los guardias para tranquilizarme y molestarme a la vez. Otro de ellos me dijo que siguiera derecho y en la Iglesia del Carmen cruzara a la izquierda. Eso hice pero preferí detenerme a preguntarle a un policía que estaba justo en el cruce.
- Vas bien, sigue por aquí pa´abajo, cruzas la autopista y es donde ves esa pared azul…
- Pero ¿por ahí puedo cruzar? –pregunté algo preocupado al ver la velocidad con que los carros pasaban. Era el comienzo de la autopista Caracas-La Guaira.
- Tienes que cruzar toreando los carros –insistió el responsable de la ley y la seguridad ciudadana- pero bueno, si no te sientes capacitado –ahora retándome-, entonces mejor te vas por aquí derecho y luego cruzas a la izquierda, es mejor, no vaya a ser que te arrolle un carro y después la culpa es mia...
Le dije que prefería esa segunda opción y seguí mi camino. Pero cometí el error de bajar por unas escaleritas que conducían justamente a la autopista. El destino me estaba obligando a cruzar y así lo hice con mucho cuidado. Del otro lado, unos barrenderos muy amables de las adyacencias del Periférico me dijeron que el operativo debía ser por la plaza, y así , obedientemente, me fui caminando por dentro hasta llegar a la Plaza Sucre de Catia. Allí no había nada. Le pregunté a otros trabajadores de franelas rojas y me dijeron que seguramente habría operativo en Pérez Bonalde. Una muchacha del grupo se ofreció a llevarme si le brindaba el almuerzo, a lo cual tuve que negarme por estar cansado del peloteo y, sobre todo, tan sin dineros.
Entonces tomé la decisión de irme a las oficinas principales de El Silencio a elevar mi reclamo formal como un ciudadano digno y burlado. Yo recordaba que según la lista poco confiable publicada en Internet también habría módulo en la lejana estación de Las Adjuntas. No fue sino hasta que recorrí la transferencia cuando decidí probar suerte por allá. Ya no quería hacer un reclamo y luchar por los derechos de la colectividad, ahora sólo quería mi cédula y ya. La gente del Metro, siempre amable, me hizo el favor de comunicarse con la estación terminal para no irme a la deriva. En efecto, estaban operando y allí estarían hasta la 1:00 pm –ya era más de las 11:00 am-. Entonces me fui hasta allá. El trayecto se llevó su tiempo, pero apenas llegué, empecé a hacer mi cola en las afueras de la estación. Me puse a conversar con un señor a quien también le habían robado la cartera en su trabajo y así se fueron los minutos.
-Siguiente… -Caminé y extendí la hoja con la única copia de cédula que tengo. La mujer se le quedó viendo en silencio con mirada perversa…
- Yo así no te la puedo recibir. Esta copia está muy oscura…
Al primer segundo tal vez pensé que era una broma pero al verla tan seria me sentí desamparado, frustrado y sobre todo incrédulo por tantas negativas… En este país uno no puede ni siquiere tener identidad, pensé. Qué diría Freud.
- Pero si ahí se ve, acércatela bien, ahí se lee… -supliqué.
- No te la puedo recibir así. Necesito que se lean las letras, los números, la foto, la huella ¡Siguiente!
- Espera, yo traje una partida de nacimiento –repliqué agotando todas las esperanzas.
- El recaudo es fotocopia de cédula. Si no tienes otra copia mejor, entonces ve al servicio de dactiloscopia en El Silencio…
- Tengo carnet universitario… Mira –se lo mostré al tiempo que ella le quitaba la vista.
- No aceptamos carnet. Si se leyera mejor la copia de repente te paso con el carnet. ¿No tienes pasaporte? -inquirió sintiéndose, supongo, como San Pedro en las puertas del cielo.
La palabra “pasaporte” me recordó aquel otro trámite en la oficina de Maiquetía, que tampoco fue nada fácil. Yo no me iba a llevar el pasaporte a ver si me lo robaban también… Negué explicando que no lo llevaba conmigo a todas partes…
- Si tuvieras el pasaporte te lo aceptaría. Mañana vamos a estar en El Junquito, si quieres lo llevas allá mañana… ¡Siguiente!
Sólo me quedó bajar la cabeza, dar la media vuelta y apurar el paso para llegar a tiempo a la Universidad. Ya hice mi queja virtual, seguramente inútil. Mañana me llevo el pasaporte a ver si me tropiezo con algún operativo que diga con letras rojas y orgullosas: Misión Identidad.