jueves, 1 de octubre de 2009

El juego de las palabras


El humor es una actitud ante la vida –si tomamos por actitud a la actitud y por vida a la vida- y el humorismo es el ejercicio más o menos sistemático de esa actitud vital particular, una forma de pensar al mundo y de estimular el pensamiento del otro mediante la diversión.
En ese mismo sentido (el del humor, claro está, en la acera opuesta a la del sentido común), Aquiles Nazoa, poeta costumbrista y humorista, nos dice que “la actitud humorística es siempre una actitud de análisis… El humor lo que hace es provocar el pensamiento analítico… el humor hace pensar y permanece en el tiempo y continúa su efecto. El humor es una manera de hacer pensar sin que el que piensa se dé cuenta de que está pensando”.
Para José Ignacio Cabrujas, irónico y mordaz intelectual venezolano, “el humor es inevitablemente otra manera de amar, de pedir calma, de evadir el grito, el insulto, de soslayar la furia estúpida y ciega. Y mira, quizás sea ésa la definición más acertada que se le puede conceder al humorismo: la de un raro, aunque extraordinario, acto de amor”.
De modo que el humor es expresión reflexiva de la inteligencia, pero también es expresión emotiva de una sensibilidad. Humor es crítica y es amor, veneno y caricia de una pluma empecinada en (re)mover una fibra en el lector, como esa cosquilla que no es necesariamente agradable pero que nos lleva a la risa. Claro que el humor es siempre –o casi siempre- agradable, toda vez que supone formas diversas del chiste, cuyo fin último es el de agradar, hacer reír y sonreír mediante la explosión sorpresiva de un argumento. Hay distinciones sutiles entre humorismo y comicidad, pero es innegable la estrecha relación que pervive entre una cosa y la otra. El caricaturista Pedro León Zapata define al humorista como “un cómico frustrado”, en el sentido de que no tiene como compensación la risa hilarante que espera. Pudiera pensarse, así, que el humor es algo más fino y velado que lo cómico, siendo esto último más bien vulgar y directo; pero no creo conveniente trazar una separación tan marcada entre una cosa y la otra, porque el humorista también busca ser cómico para proporcionar a su espectador o lector alguna razón para (son)reír, sea mediante la burla de otro o de sí mismo, o mediante el placer auténtico que genera el comedido empleo de la ironía, por ejemplo.
El crítico italiano Luigi Pirandello prefiere ser más cuidadoso en la construcción de un concepto de humorismo, preferencia legítima y necesaria. Separa al humorismo –y al humorista- de la risa. Y ciertamente el “cómico frustrado” puede no dar risa, pero cumple su rol de humorista cuando entabla una complicidad con el lector, cuando sugiere un guiño, una picardía, una proposición que supone cierta diversión.
Y es el pícaro, precisamente, una de las figuras más relevantes del humorismo literario, o si no, al menos de las más relevantes muestras humorísticas dentro de mi lectura personal. Por eso el siglo de oro español es rico en obras humorísticas, dado que sus autores expresan en sus obras una manera divertida de reproducir su propia decadencia, su propia inmoralidad, de hacer una afrenta al poder. Así, el Lazarillo de Tormes, novela picaresca por excelencia, puede ser hilarante y siempre es divertida. Quién no siente esa complicidad ante Rinconete y Cortadillo o ante el mismo Don Juan de Tirso de Molina, acaso una modalidad más refinada del pícaro.
Así, en ese mismo contexto de decadencia social, política, económica y moral de un imperio venido a menos lleno de hidalgos venidos a menos, nace el Quijote de Cervantes, novela humorística por donde se mire. La inadecuación de don Quijote y de sus sin pares aventuras (o la ilusión cómica), sus hazañas y miserias, las ocurrencias de Sancho, los juegos de palabras, las reacciones iracundas de la gente, sus burlas, el cinismo de los duques, la vulgaridad de los criados y porquerizos, así como una gran cantidad de episodios son, regularmente, humorísticos. “Nos hace reír Sancho Panza manteado como una pelota”, dice Bergson en su célebre ensayo sobre la risa. Ante esto el lector no puede sino ser cómplice del narrador y experimentar esa rara sensación de agrado.




El humor es juego, y en la literatura es el juego de las letras, de las palabras. Shakespeare es experto en este arte de jugar con los sonidos y sentidos de las construcciones verbales, incluso en sus más oscuras y sangrientas tragedias como Hamlet, Macbeth, ni qué decir de sus comedias, en las que el bufón siempre está, botella en mano, subvirtiendo el orden de las cosas –como buen humorista o partícipe del carnaval bajtiniano- jugando con los dobles y triples sentidos, como el ebrio de Trínculo en La Tempestad.
Quizá Cervantes y Shakespeare, estos autores menores, no sean suficientes pruebas de que el humor es el germen de la buena literatura, pero es así y ha sido así desde tiempos de Aristófanes en que los griegos asistían a la comedia no para expiar su culpa frente al dolor de los nobles, sino para verse a sí mismos, vulgares y divertidos, representados en escena, materializando, claro está, otro tipo de catarsis: eso que Girard llama misteriosamente catarsis cómica.
Si la lágrima es la expulsión orgánica de una emoción, la risa también lo es. René Girard, en un ensayo titulado “Equilibrio peligroso. Una hipótesis sobre lo cómico” concibe a la risa como una forma de catarsis y, además que la única forma socialmente aceptable. “La risa en sus formas menos culturales parece afirmar exactamente, como las lágrimas, que hay que desembarazarse de algo (132). De acuerdo con Girard, uno se ríe cuando se siente amenazado por la posibilidad de estar en el lugar del que es objeto de risa, lo cual explica claramente nuestra actitud ante el sujeto que se cae ante nuestras narices, o cuando vemos tropezarse a Charlot o al Chapulín Colorado, no sus grandes catástrofes sino sus equivocaciones y pequeñísimos tormentos –como el mismo manteo de Sancho-. En el fondo nos aterra estar en su posición pero nos alegra que no lo estemos. Nos reímos ante “el espectáculo de la debilidad humana”.
Sobre la literatura, Girard nos dice que: “Grandes autores, sobre todo grandes novelistas, a menudo llegan a ser sus propios parodistas en sus obras posteriores y desarrollan una vena cómica porque son los mejores críticos de sí mismos” (133). Parodiarse a sí mismo es síntoma de inteligencia, humildad y, desde luego, alto sentido del humor. Hacer humor es reírse de uno mismo, del lector y del otro que está siempre incluido en la primera o en la segunda persona.
Humor hace Teresa de la Parra cuando encarna a una caraqueña sifrinita de los años veinte, escribiendo su vida, su casa, su familia con singular estilo, dibujando y parodiando a su sociedad con mortífera ironía. Humor hace Bryce Echenique con su habilidad para divertirnos con sus relatos, mediante un estilo sabroso y una retórica exagerada en que nos reflejamos como beneficiarios de una misma lengua. Humor hace Vargas Llosa cuando pone en la pluma del capitán Pantoja una serie de tecnicismos militares que plagan de eufemismos la jerga prostibularia, similar a lo que hace el poeta Salvador Novo con sus fascinantes memorias.
En ese sentido -el mismo de más arriba- el humor en la literatura es, sobre todo, un tratamiento particular de la lengua. Es decir, expresión indiscutible de la inteligencia de un hombre cuya lengua lo pone en apuros constantemente. Hacer humor en la escritura es también un mecanismo de defensa. Es, en suma, destilar veneno con un toque de miel y viceversa, o todo lo contrario para ser más exactos. Y no digo más no porque no tenga más que decir. No. Porque si por mí fuera me quedo en la computadora expresando tanta erudición. Sino porque el espacio se me acaba. Se acaba y se acabó.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Sembrar el petróleo

Seguramente hasta el día muerte, Uslar Pietri estuvo pensando en la posibilidad de sembrar el petróleo, una idea que lo signó toda su vida y que de alguna manera lo inmortalizó. En fin, un anhelo.


miércoles, 5 de agosto de 2009

“Me robaron el carro” o la fascinante historia de un venezolano en la decadencia IV

Ya Jhonny estaba fuera de la contienda y yo todavía le guardaba el puesto al malhumorado. Mientras seguía embelesado con la prosa poética de Rulfo, cerca de mediodía, pasé a una nueva filita de sillas que quedaba en un pasillo y que servía como de transición para el otro galponcito lleno de sillas, y ya a esas alturas había dejado de cuidarle el puesto al señor malhumorado.
Al rato pasamos al galponcito que tendría unas 100 sillas, ocupadas por supuesto por aquellos que sí tuvieron vocación madrugadora. El calor meridional ya empezaba a hacer estragos pero la gente seguía conversando. Yo tenía nuevo compañero y de vez en cuando interrumpía mi lectura para hablar con él. Era un chamo que tenía que arreglar los papeles de la camioneta que heredó de su madre. Parece que todo el mundo va al INTTT después de algún mal rato, dije para mis adentros.
Con la aridez de Comala y el solazo caraqueño sentía que todo el mundo se estaba acalorando. Sin embargo la gente conversaba y se reía. Una cosa que llamó particularmente mi atención es la forma en que se activó la contraloría social anti-coleados. Pero hay que decir que ese sentido de contraloría era indiscriminado. Se acercaba cualquiera a preguntar algo en la puerta del edificio (nuestra meta añorada) y la gente se alborotaba para gritarle al portero: “Eeeeeeeeeeejeeeeeeeeeee…” “ese ´ta coleao…” “no lo dejes pasar, no lo dejes pasar”, “te estamos viendo, pajarito”.
El hambre empezaba a hacer mella. Mi nuevo compañero preguntó si podía salir y no desperdició la oportunidad para irse al Mc Donald´s más cercano. Los heladeros se apostaron en las afueras del edificio y vendían sus helados a través de la reja. Pero yo guardaba un aliciente: mi segundo sandwish (sánguche). Lo comí despacio para saciar el hambre y luego me compré un Golazo. Cabe destacar el helado en cuestión estaba congelado y podrán imaginar lo ridículo que me veía cavando el helado con una diminuta paletica de madera que no tardó en medio partirse. Corroboré la ridiculez de mi escena cuando vi a un señor gordo que tenía en frente burlándose de mí, sin mayores disimulos:
-Jajaja! Y cuando estás en tu casa con todas las herramientas no te pasa eso…
Le contesté con una sonrisa cordial –bueno, hipócrita- y afortunadamente, gracias al calor, el helado de chocolate comenzó a ceder poco a poco. Ya tenía como 1000 kcal encima así que no iba a desmayarme. Entretanto nos desplazábamos de silla en silla. En una de esas, dada la activada contraloría social, un muchacho furioso comenzó a señalar a un señor como de cincuenta años.
-Usted se coleó.
-Yo no me coleé –contestó el señor- yo estaba aquí.
-Claro que se coleó –insistía el muchacho.
- Que no, que yo estaba aquí.
-Tú lo que eres es un abuuuuuuusadooor!! –le gritó moviendo casi todos los músculos de la cara.
-¡Abusador será tu papá!
La respuesta del señor hizo que el muchacho se fuera corriendo contra él. Yo vi que salió un golpe por allá, y otro por acá, pero la gente comenzó a gritar y separaron a los pugilistas. Los funcionarios hicieron que ambos entraran, a partir de lo cual algunos comentamos que si hacíamos una tángana colectiva quizá podíamos pasar todos más rápido. Al instante llegó el compañero que venía de Mc Donald´s preguntando cuál era el alboroto que se veía desde la avenida.
-¿Qué habrá pasado con el señor este al que le estuve cuidando el puesto? –pregunté.
-¿Ese señor? Ese entró rapidito. Ese fue el que dijo que era sobrino de Rodríguez Araque…
“Este sí es bravo de verdad”, fue lo que pensé. Y cómo no asociarlo con su carnet de Energía y Petróleo. Bueno, así funciona este país. Y el que más se quejaba chapeó y pasó. Supongo que el humor le habrá cambiado adentro.
Logramos pasar al edificio como a las 2:30 pm. Adentro, aunque con aire acondicionado, había que hacer otra colita para entregar los recaudos para que confirmaran con notaría la legalidad de todo, esperar nuevamente los recaudos y luego hacer otra colita más larga y lenta para entregarlos nuevamente a un funcionario de las taquillas, quien finalmente le hace entrega a uno del preciado título de propiedad.
Al consignar los recaudos en la primera alcabala me dijeron que me faltaba una copia y tuve que salir a buscar fotocopiadora, luego regresé y todavía pasaron como 40 minutos más para que me llamaran, pero ya yo, como muchos otros, estaba haciendo simultáneamente la otra cola.
-Ahora sí está pegando el hambre –dijo por allá un señor cuando eran casi las 4:00 pm. A otro señor, que llevaba 8 horas de cola, le dijeron que le faltaba un recaudo y armó el respectivo escándalo. Luego estaba llamando por celular a un contacto para que intercediera por él.
Todo era muy lento. Me leí casi toda la novela. Media hora después llegué a la taquilla. La que me tocó era una funcionaria enchufada a su blackberry. Nunca dejó de hablar por teléfono con su “manos libres”. Por un lado es admirable que pueda hacer ambas cosas a la vez, pero por otro lado, hubiera querido decirle: “¿por qué coño no me atiendes como se merece un infeliz como yo que ha perdido todo su día aquí?”. Además que me confundía, porque se reía y no era conmigo, se arrechaba y no era conmigo, hablaba y yo como un gafo “¿perdón?”, y me miraba como si fuera un intrépido. De repente, cuando ya esperaba el título, me devuelve los papeles con un código escrito en bolígrafo:
-Tiene que ir a la oficina del CICPC que tenemos acá.
-Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!!! ¿por qué a míííííí? –pensé.
Yo quería llorar pero de verdad verdad. Me fui a la fulana oficina. Toqué la puerta y entré sin que me respondieran. Adentro había cuatro policías parecidos a David Ortíz, el pelotero de Boston, pero ya yo estaba obstinado. Me recibieron el papel.
-Ok, espere afuera.
-Pero cómo cuánto tiempo
-Espere afuera.
-Ajá pero (yo no estoy preguntando dónde espero sino) cómo cuanto tiempo. Tengo aquí casi 12 horas…
-Bueno aquí hay gente desde la mañanita… -cuando uno de los policías dijo esto último ya les había dado la espalda.
Lo que pensé fue “De paso, sordo, seguro me escuchó que tenía casi 2 horas aquí”. Esperé como unos 15 minutos eternos y me entregaron mis recaudos para que volviera a la taquilla sin hacer la cola de nuevo, por supuesto. Estaba terminando de atender a otro digno ciudadano cuando le metí los recaudos por la rendija de la taquilla. La muchacha seguía hablando por teléfono y tecleando.
En 5 minutos me entregó el papel. El título de mi corsita a mi nombre. Creo que suspiré. Eran casi las 5:00pm y tenía el documento en mis manos.
Me dio una emoción tal que sentí casi como si hubiera recuperado el carro. Nunca pensé que una cosa como esa me fuera a emocionar tanto, además post-mórtem. “¡Ahhh! Ya está a mi nombre el carro que me robaron. ¡Qué felicidad!” Suena macabro, pero así sentí…
Lo demás fue sacarle copia a ese papelito, enviar el original y seguir esperando para que me paguen el monto, cuando valga menos, claro… Y así vamos a dar por “finalizada” esta pequeña epopeya interminable. Colorín, colorado ¡tengan sus carros asegurados!

The End (or almost)

martes, 4 de agosto de 2009

“Me robaron el carro” o la fascinante historia de un venezolano en la decadencia III

Una buena tarde hice los depósitos que había que hacer. Del Seguro me enviaron la planilla de declaración del siniestro por email, la imprimí, la llené y la envié por MRW. La carta del Seguro dirigida al INTT salió al cabo de semana y media. Me la enviaron por email escaneada y la imprimí, pero como eso no era suficiente había que esperar la original. Igual aquella semana era muerta para mí porque me tocaba ir a Tránsito el miércoles y aquel era feriado. Gracias al apoyo familiar con el que he contado pude tenerla en mis manos el siguiente martes en la tarde-noche.
Sabía que debía madrugar al día siguiente. Me pararía a las 4:00am y, nuevamente gracias al apoyo familiar, mi cuñada me estaría llevando alrededor de las 5:00 para estar muy temprano. Bueno, mi poca vocación madrugadora imposibilitó la cooperación de mi cuñada. No le paré a la alarma y tampoco hice caso a las varias llamadas que me hizo al celular. Terminé parándome por motu propio como a las 6:00. La llamé para decirle que no se preocupara que ya a esa hora me iba en carrito. Por fortuna y por los traumas burocráticos previos, me preparé dos sandwishes (sánguches, pues), porqueunonuncasabe… Así salí de mi casa y agarré mi carrito. El sol tenía rato largo asomado,y el bululú de los 3 millones de personas que se pararon antes que yo ya se estaba activando.
Ya había mucho tráfico, mucha gente en la calle, muchas paradas. El carrito que dice “Petare” llegó hasta Altamira, pero bueno, equis, me monté en otro ahí mismo que sí me dejó donde era: Oficina Principal del Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre, La California (frente al Unicentro El Marqués). No me había bajado cuando ya quería devolverme. La cola era kilométrica. Mucha gente adentro, mucha gente afuera, por los frontales del edificio, laterales, azoteas. Pero ya estaba ahí. Eran casi las 8:00. Había que afrontar el asunto.
-¿La cola para el traspaso?
-Esta misma, allá al final –me contestó un funcionario que estaba en la puerta.
Llegué al extremo de la cola en plena Av. Franciso de Miranda, en la acera. Saludé y me instalé en mi puesto. Adelante tenía a un pobre señor que, según me reveló instantes después, venía de Guayana a sacar un duplicado al título porque le robaron el carro y se lo exigían. Mucho después supe que se llamaba Jhonny y otras cosas más. Por los momentos era un ciudadano con una especie de tic nervioso que consistía en entrecerrar un poco los párpados como si enfocara siempre todo lo que veía, incluso de cerca. Así, por ejemplo, me miraba mi sanduchito (el primero porque el segundo debía reservármelo) cuando decidí comérmelo un rato después.
Detrás tenía a un señor un poco malhumorado que cargaba el Sobre horrible blanco, negro y anaranjado (los colores de Condorito) que uno tiene que tener.
-Disculpe señor, ¿dónde consiguió ese sobre?
-Yo lo compré. ¿Tú no lo tienes? Ayyyyyyy, tú tienes que hacer otra cola.
-¿Sí?
-Claro. Aquí ya tienes que tener el sobre.
-Bueno, voy a preguntar… -fui y regresé a mi puesto- El funcionario de la puerta me dijo que no, que eso se compraba adentro.
-¿Te dijo eso? Qué bolas. Esos tipos no quieren trabajar una mierda, no joda @#*&$...
Yo estaba algo desconcertado mientras el señor seguía alterado. Yo entiendo que uno tiene el deber de arrecharse con el sistema, con el país, pero ¿tan rápido? Pensé que el señor tenía algún otro problema o simplemente quería que todos en la cola se fueran a otra cola para que él quedara solito… No sé. Después de desayunarme mi primer sanduchito, pelé por Pedro Páramo que la tenía en el bolso –no se puede salir a hacer un trámite sin buen material de lectura- y me puse a leer recostado a la pared. La cola se iba engrosando y el señor iba contagiando a todo el mundo con su arrechera. Tanto que yo que estaba tranquilito leyendo, empecé a arrecharme también.
-Sí, y así es Cadivi, igualito, y que gobierno electrónico... –empezaba yo a atizar el fuego
-¿Y Onidex? ¡Já! Esa vaina no sirve. Sacarse el pasaporte es imposible –saltaba otro por allá que interrumpía mi lectura.
Minutos más tarde, el pobre guayanés se dio cuenta de que todo el mundo tenía sobre menos él y yo y empezó a preocuparse.
-¿Tú tampoco tienes sobre? Ustedes tienen que hacer otra cola. A ellos les están diciendo que hagan esta cola –ahora dirigiéndose a otros compañeros- y luego los van a poner a hacer otra cola. Es que esto no sirve. Este gobierno no sirve –y continuaba…
Jhonny, el gordito guayanés, fue a ver si en efecto teníamos que hacer otra cola y le dijeron lo mismo que a mí: el sobre se compra adentro.
El señor malhumorado continuaba su mitin:
-Este gobierno va a caer pronto. Ya nadie aguanta esta vaina, etcétera, etcétera.
No es que yo no compartiera buena parte de lo que decía, pero me llamaba la atención la vehemencia de su temple matutino. Y rápidamente me llamó la atención también un detalle en el que no había reparado: llevaba colgado un carnet del Ministerio de Energía y Petróleo. Ahora yo estaba más desconcertado.
Un poco más allá de las 9.00 nos comenzó a moverse la cola y un poco más allá, cruzamos la puerta y nos internamos. Había sillitas de salón de fiesta por todos lados, pero todavía estaríamos de pie un buen rato. Una vez adentro, Jhonny y yo fuimos a comprar el fulano sobre. Fue muy fácil. Cinco minutos después estaba en mi cola otra vez.
-Eso sí está divino –escuché que dijo el señor malhumorado refiriéndose a una de las muchachas que atendía. Se está relajando, pensé.
Así transcurrió un rato largo. Lloviznó pero no nos mojamos gracias al toldo y a una mata de mango. Iba pasando gente poquito a poco. Hasta que logramos sentarnos. La metodología era la de irse rodando en los asientos, como los juegos infantiles en los que uno va rodeando las sillas y alguien va quitándolas una a una. Bueno, más o menos así era la cosa. ¿Cuánta gente había adentro? Yo calculo que millón, millón y medio de personas… En serio era mucha gente porque del otro lado había un lugar con muchas más sillas y mucha más gente.
Eran como las 10:30 cuando salió otro de los funcionarios diciendo con un cantadito un poco atorrante:
-Señoras, señores, tienen que tener muuuuucha paciencia. Ustedes van a estar saliendo de aquí como a las 4 de la tarde…
Los murmullos fueron reacción inmediata. Todo el mundo se alarmó, aunque uno siempre guarda esperanzas. El señor malhumorado me dijo “Ya vengo” y le guardé el puesto en la silla, mientras llenaba los datos del sobre.
Al rato empezaron a chequear los recaudos y mi amigo Jhonny me dijo, casi tembloroso:
-Coño, no me quieren recibir porque y que me falta una carta del seguro
-Ah sí, chamo, la carta que el seguro le manda a Tránsito…
-Coño, y yo vengo de Guayana…
El escenario era cruel para él. Lo lamenté pronfundamente y traté de darle ánimos para que insistiera.
-La solución es que vayas a la sede del seguro en Caracas y que te hagan esto y lo traigas mañana. Plantéales el caso porque a mí me tardó como una semana. ¿Y dónde te estás quedando? –pregunté ingenuamente.
-No, si yo no me estoy quedando. Yo llegué hoy mismo a Caracas y me regresaba hoy mismo pa´Ciudad Guayana. Yo no tengo plata, no conozco la ciudad ni tengo nadie aquí -respondió.
De verdad que se me partió el alma. No sólo lo atracaron para quitarle el carro, sino que le pasa esto. Sentí tanta compasión que le di mi número de teléfono para que me llamara cualquier cosa.
-Suerte –le dije
-Gracias papá. La voy a necesitar.

To be continued again again

lunes, 6 de julio de 2009

“Me robaron el carro” o la fascinante historia de un venezolano en la decadencia II

Cuando un carro asegurado es hurtado o robado, la compañía de seguros responderá pero, eso sí, si uno hace silencio y da todo lo que le pidan, sin mirar a la cara. Pasa más o menos como en aquellos juegos de fiestas infantiles en los que “Simón dice” que necesita una correa marrón, un zapato izquierdo o una pintura de labios, y donde todos los niños se dispersan, corriendo y gritando despojando a sus padres, tíos, hermanos o primos de una correa marrón, un zapato izquierdo, una pintura de labios o lo que sea que pida el gran Simón.
Cuando vi la lista de recaudos del Seguro tuve ganas de llorar. Desconocía un par de ítems y no tenía algunos de los que conocía. Poco a poco he ido solventando la crisis pero entre la lista había uno que brillaba con luz propia: Título de propiedad del vehículo a nombre del asegurado. O sea, Simón dice que le traigan “correa marrón de cuero argentino, con hebilla plateada y un solo orificio”. Nooooooooooo. El título de propiedad no está a mi nombre sino al de su anterior dueña, sólo tengo un documento de traspaso. Ah, pero no debe ser tan difícil, pensé. Leí los recaudos en la página del INTT y suspiré. Pedían constancia de revisión del vehículo y no había vehículo. ¿Podré hacer esto en la Oficina de Los Chaguaramos? “Para cualquier información, puede llamarnos al 0800-INTT-00”…
-Buenos días, Instituto de Tránsito y Transporte Terrestre…
-Buenos días, señorita. Una pregunta: en caso de carros robados, ¿cómo se hace para tramitar el título de propiedad a nombre del propietario?
- Los recaudos que aparecen en la página, más Denuncia en PTJ, denuncia en el Cuerpo de Vigilancia de Tránsito, y Carta de la Compañìa de Seguros…
(La tengo, la tengo, no la tengo, no la tengo…)
-Ahhh ¿Denuncia en Tránsito? Yo tengo la del CICPC, ¿no es suficiente con eso?
-No, señor. Tiene que hacerla en el Cuerpo de Vigilancia de Trànsito.
-Ah, bueno, ¿y en Los Chaguaramos puedo hacerlo?
-No, señor. Tiene que ser en el Cuerpo de Vigilancia –ya estaba alterada
-¿Dónde es eso, entonces?
-El Llanito, señor –dijo lacónicamente, posiblemente segura de que yo vivía lejos de ahí
-Ahhh –me lamenté- y en cuánto a los depósitos, en la página aparece algunos para revisión del vehículo, ¿cómo se hace en mi caso?
- Tiene que hacerlos todos, señor.
-¿Todos? ¿Así no haya carro qué revisar?
-¡Todos! Así no haya carro qué revisar –esta vez remedándome.
-Okey, gracias, muy amable –me despedí no sin sarcasmo.
Bueno, tenía que ir a El Llanito. Ahora o nunca, pensé. Agarré una camioneta que me deja en Los Cortijos y aproveché de pasar por El Nacional a ver si tenía un cheque para mí de una colaboración que hice el año pasado, y no había nada. Regresé a la estación del Metro de donde sale un Metrobús para El Llanito. Mientras el chofer me contestaba que sí pasaba cerca de Tránsito, un usuario se sonreía macabramente. Segundos después, el usuario me dijo que tenía que caminar un poco porque debía quedarme en la primera parada, la del hospital Domingo Luciani. Ya yo estaba montado en ese tren. En efecto, tuve que bajarme en el hospital y encaminarme al famoso Cuerpo de Vigilancia.
El sol quemaba y la subida que hay que andar –o escalar- para llegar a Tránsito es matadora. Iba sudando, mentando la madre de todos los choros del mundo, con especial énfasis en las madres de los choros que se llevaron el carrito. Por supuesto también iba repasando los documentos que tenía en el bolso (le había sacado fotocopia a todo). Al llegar a la cima de la subida, un poco desorientado, me dijeron dónde debía formular la denuncia: Departamento de Investigaciones. Era una puerta con una ventanilla. Me acerqué para decir a lo que venía y el funcionario de adentro me dijo, como ansioso de mi fracaso, que revisara los recaudos que estaban en una hoja pegada a la derecha de la ventanilla.
-¡Yo tengo todo!
-¿Fotocopias de todo? –preguntó esperanzado todavía.
-Ajá.
Me sugirió que me sentara al frente y esperara. En medio de la espera llegó un oficial del ejército, uniformado, que venía también a formular su denuncia. Al tipo le habían robado el carro en Cumaná y tuvo que venir a la sede principal del INTT para arreglar su título de propiedad, y lo habían rebotado porque no llevó la denuncia hecha ante tránsito. Con su caso, pensé que mucha gente la tiene mucho más difícil que uno. Yo, al menos, estoy en la capital y un poquito más informado. Aprovechando la similitud del caso del oficial y el mío, intenté constatar los recaudos que él tenía, a ver si me faltaba algo o qué sé yo.
-¿Y usted hizo todos los depósitos?
-No, nada más este y este otro –dijo señalando mi lista impresa.
-¿Y estos de la revisión del vehículo no? –pregunté pensando en la amable señorita del 0-800.
-No, jaja, y qué van a revisar si no hay carro –respondió en tono casi burlista.
-Jaja, sí ¿verdad? Eso fue lo mismo que le dije a la tipa del 0-800-Trànsito o lo que sea- le conté.
Como la versión del oficial me parecía más lógica y convincente, decidí desechar la opinión de la telefonista. Era ilógico pagar por una revisión que no se hará. Claro que como la lógica no es el principio rector de nada acá ni mucho menos, siempre queda cierta sospecha.
Al cabo de unos minutos, me llamaron por el nombre de la anterior propietaria del carro. Reclamé que hubieran puesto en el nombre del propietario el de su antigua dueña, a lo que me contestaron que eso era así porque ese era el nombre que salía en el Título. Por otra parte, en vez de “hurto” escribieron “robo”, y eso que lo que debían hacer era prácticamente transcribir la denuncia ante el CICPC, pero bueno… Ya con eso había hecho la diligencia del día. Inmediatamente me comuniqué con la corredora, que es casi como una tía, para que fuera canalizando lo de la carta dirigida al INTT y que me enviaran por mail desde Barquisimeto la planilla de “Declaración del siniestro” que a esas alturas todavía no había llenado.
Ahora faltaba hacer los depósitos y tener la carta del Seguro (original, enviada desde Barquisimeto) en mi poder, carta en la cual la burocracia privada le enviara un saludo a la burocracia pública, y uno en el medio haciendo todas las diligencias.


To be continued again…

viernes, 3 de julio de 2009

“Me robaron el carro” o la fascinante historia de un venezolano en la decadencia

Si pensaba que el robo de una cartera con documentos personales era una tragedia, es porque hasta entonces no me habían robado el carro.
Qué iba a imaginar que aquella tranca del viernes en Plaza Venezuela sería mi última cola en mi carrito. Estábamos él y yo como siempre, -cual don Quijote y Rocinante, el Llanero Solitario y Plata, Batman y el batimovil, Meteoro y su Mach 5- uno aferrado al otro. La cola empezaba en la Avenida La Salle. Los carros apenas se movían. El aire acondicionado enfriaba bien. Había sintonizado los disparates de Erika de la Vega, Ivan Mata y Henrique Lazo. Los carros apenas se dejaban llevar por la gravedad de la pendiente y rápidamente frenaban; soltaban el freno y volvían a hundirlo. Qué iba a imaginar que no volvería a compartir con él una tranca en la ciudad. No es que yo lo humanice, no, pero es que él se hacía querer: los nobles corsas prácticamente se arreglan solitos… Además, si los llaneros le componen coplas a los caballos, uno podría tener un gesto con… De haber lo sabido, habría disfrutado más cada segundo infinito de aquella cola bárbara. El sol se estaba poniendo más atrás de las Torres de Parque Central. Eran casi las 5 de la tarde, las 5:15, las 5:30, las 5:40. Mi clase era a las 5:15. Iba tarde, angustiado por lo poco que me gusta hacer esperar a los demás. De haberlo sabido me habría angustiado menos y le hubiera pasado suavemente un trapito al tablero.
Estaba entrando a la Ciudad Universitaria a las 6:00 de la tarde. Por la prisa, me estacioné en el primer espacio que vi. Y me bajé rápido, casi corriendo, para entrar a mi amada Escuela de Comunicación. De haberlo sabido, habría sido más sutil, quizá me habría despedido con un beso, pero la ignorancia me metió a empujones en la Escuela. De haberlo sabido, habría volteado la mirada y le habría dedicado algún gesto, seguramente.
Luego de la clase y de esperar a que el último alumno entregara su práctica, salí del salón cerca de las 8:30, acompañado por una alumna a la que iba a darle la cola –de haberlo sabido no se la habría ofrecido- y acaso emocionado por algún viaje inminente a la playa. Bajé las escaleras, salí a la puerta y le indiqué a mi alumna que el carro estaría por allá… ¿por allá? ¿y el carro?... pero si yo lo había estacionado ahí… pero ahí no está… Ya va. Ya va. Ya va… Y me iba acercando hacia el puesto vacío, supongo que con la ridícula esperanza de que reapareciera como por acto de Copperfield. Y aquel indescriptible frío en el estómago… ¡Ahhh! Me robaron el carro. ¡¡¡Coñuelamadre!!!
Al cabo de unos minutos, gracias al apoyo simbólico y logístico de mi mamá, mi novia, mi hermano y del novio de mi alumna –que es amigo mío- estaría en una oficina del CICPC, la División de Vehículos de Quinta Crespo. Dos o tres policías adentro. El televisor encendido a todo volumen, sintonizado en una telenovela. Okey, uno no espera que estén viendo CSI ni Medical Detectives, tampoco alguna ópera en Film&Arts, pero, no sé, podrían haber estado viendo cualquier otra cosa… Pero no. Veían un culebrón con toda la atención del mundo. Hasta intercambiaban impresiones sobre la trama. Me sentí en Springfield. Sólo les faltaba comer donas... No llevábamos ni dos minutos cuando comprendimos el placer exacto que un policía experimenta al decir “espere ahí sentado”.
Debe haber pasado más de una hora, cuando uno que había estado refunfunñando porque un denunciante había dicho "robo" cuando era "hurto", me gritó desde su escritorio. “Pana, pasa”.
El postín era inclemente. Debía tomarme la denuncia. El policía miraba el monitor y de vez en cuando pulsaba con el índice alguna tecla. De pronto empezó a preguntarme cosas y yo a contestar. Le sonaba el celular y lo atendía. Proseguía el interrogatorio. Prácticamente no escribía nada; parecía que sólo borraba cosas. Luego, cuando me mostró el acta que yo debía firmar, o mejor dicho “la ciudadana Ricardo Andrade”, noté el reflejo de su poca dedicación. Me había preguntado:
-¿El vehículo tenía alguna marca que lo distinguiera?
-Ehhh, no propiamente. Bueno, tenía el papel ahumado vencido, abombado en el vidrio de atrás… Le faltaba el tubo de escape…
En el acta decía: “Se le preguntó si el vehículo tenía alguna marca que lo distinguiera a lo que el denunciante indicó que no”. Le hice ver al policía algunos detalles y me dijo que nada de eso importaba, que firmara. Al cabo de mucho tiempo, imprimió otro par de copias, me hizo poner mis huellas. Anotó en bolígrafo el número del expediente y me dijo que debía regresar el lunes para consignar los papeles y retirar la denuncia.
-Pero yo aquí tengo los papeles…
-Pero es que son copia de cédula y copia de documentos del vehículo
-Bueno aquí tengo todo eso, ¿ustedes no tienen una fotocopiadora aquí? –pregunté iluso.
- No, vente el lunes.
Era nuevamente un peatón, un flaneur forzoso y forzado a disfrutar de las bondades una ciudad que, de paso, es siempre hospitalaria con sus peatones. Aquel lunes en la tarde tenía una entrevista en al Universidad Metropolitana que, como saben, no queda muy al alcance de casi nada. Así que en la mañana me monté en una camionetica de la línea San Ruperto y así llegué al CICPC de nuevo. Ahora sí había mucho movimiento. Al cabo de unos ligeros maltratos me dieron mi denuncia y me encaminé a la casa para almorzar y salir a la Metropolitana, ahí mismito en el polo este de la ciudad. Me suspendieron la entrevista con una llamada cuando ya estaba bajando las escaleras del Metro.
De cualquier modo, tengo dos alicientes: el primero es que no me atracaron ni me mataron malamente; el segundo es que el carro estaba asegurado. Pero por eso es que la aventura debe continuar, porque consignar todos los recaudos ante el Seguro también puede ser una fabulosa aventura, que no se puede perder…


To be continued…