miércoles, 5 de agosto de 2009

“Me robaron el carro” o la fascinante historia de un venezolano en la decadencia IV

Ya Jhonny estaba fuera de la contienda y yo todavía le guardaba el puesto al malhumorado. Mientras seguía embelesado con la prosa poética de Rulfo, cerca de mediodía, pasé a una nueva filita de sillas que quedaba en un pasillo y que servía como de transición para el otro galponcito lleno de sillas, y ya a esas alturas había dejado de cuidarle el puesto al señor malhumorado.
Al rato pasamos al galponcito que tendría unas 100 sillas, ocupadas por supuesto por aquellos que sí tuvieron vocación madrugadora. El calor meridional ya empezaba a hacer estragos pero la gente seguía conversando. Yo tenía nuevo compañero y de vez en cuando interrumpía mi lectura para hablar con él. Era un chamo que tenía que arreglar los papeles de la camioneta que heredó de su madre. Parece que todo el mundo va al INTTT después de algún mal rato, dije para mis adentros.
Con la aridez de Comala y el solazo caraqueño sentía que todo el mundo se estaba acalorando. Sin embargo la gente conversaba y se reía. Una cosa que llamó particularmente mi atención es la forma en que se activó la contraloría social anti-coleados. Pero hay que decir que ese sentido de contraloría era indiscriminado. Se acercaba cualquiera a preguntar algo en la puerta del edificio (nuestra meta añorada) y la gente se alborotaba para gritarle al portero: “Eeeeeeeeeeejeeeeeeeeeee…” “ese ´ta coleao…” “no lo dejes pasar, no lo dejes pasar”, “te estamos viendo, pajarito”.
El hambre empezaba a hacer mella. Mi nuevo compañero preguntó si podía salir y no desperdició la oportunidad para irse al Mc Donald´s más cercano. Los heladeros se apostaron en las afueras del edificio y vendían sus helados a través de la reja. Pero yo guardaba un aliciente: mi segundo sandwish (sánguche). Lo comí despacio para saciar el hambre y luego me compré un Golazo. Cabe destacar el helado en cuestión estaba congelado y podrán imaginar lo ridículo que me veía cavando el helado con una diminuta paletica de madera que no tardó en medio partirse. Corroboré la ridiculez de mi escena cuando vi a un señor gordo que tenía en frente burlándose de mí, sin mayores disimulos:
-Jajaja! Y cuando estás en tu casa con todas las herramientas no te pasa eso…
Le contesté con una sonrisa cordial –bueno, hipócrita- y afortunadamente, gracias al calor, el helado de chocolate comenzó a ceder poco a poco. Ya tenía como 1000 kcal encima así que no iba a desmayarme. Entretanto nos desplazábamos de silla en silla. En una de esas, dada la activada contraloría social, un muchacho furioso comenzó a señalar a un señor como de cincuenta años.
-Usted se coleó.
-Yo no me coleé –contestó el señor- yo estaba aquí.
-Claro que se coleó –insistía el muchacho.
- Que no, que yo estaba aquí.
-Tú lo que eres es un abuuuuuuusadooor!! –le gritó moviendo casi todos los músculos de la cara.
-¡Abusador será tu papá!
La respuesta del señor hizo que el muchacho se fuera corriendo contra él. Yo vi que salió un golpe por allá, y otro por acá, pero la gente comenzó a gritar y separaron a los pugilistas. Los funcionarios hicieron que ambos entraran, a partir de lo cual algunos comentamos que si hacíamos una tángana colectiva quizá podíamos pasar todos más rápido. Al instante llegó el compañero que venía de Mc Donald´s preguntando cuál era el alboroto que se veía desde la avenida.
-¿Qué habrá pasado con el señor este al que le estuve cuidando el puesto? –pregunté.
-¿Ese señor? Ese entró rapidito. Ese fue el que dijo que era sobrino de Rodríguez Araque…
“Este sí es bravo de verdad”, fue lo que pensé. Y cómo no asociarlo con su carnet de Energía y Petróleo. Bueno, así funciona este país. Y el que más se quejaba chapeó y pasó. Supongo que el humor le habrá cambiado adentro.
Logramos pasar al edificio como a las 2:30 pm. Adentro, aunque con aire acondicionado, había que hacer otra colita para entregar los recaudos para que confirmaran con notaría la legalidad de todo, esperar nuevamente los recaudos y luego hacer otra colita más larga y lenta para entregarlos nuevamente a un funcionario de las taquillas, quien finalmente le hace entrega a uno del preciado título de propiedad.
Al consignar los recaudos en la primera alcabala me dijeron que me faltaba una copia y tuve que salir a buscar fotocopiadora, luego regresé y todavía pasaron como 40 minutos más para que me llamaran, pero ya yo, como muchos otros, estaba haciendo simultáneamente la otra cola.
-Ahora sí está pegando el hambre –dijo por allá un señor cuando eran casi las 4:00 pm. A otro señor, que llevaba 8 horas de cola, le dijeron que le faltaba un recaudo y armó el respectivo escándalo. Luego estaba llamando por celular a un contacto para que intercediera por él.
Todo era muy lento. Me leí casi toda la novela. Media hora después llegué a la taquilla. La que me tocó era una funcionaria enchufada a su blackberry. Nunca dejó de hablar por teléfono con su “manos libres”. Por un lado es admirable que pueda hacer ambas cosas a la vez, pero por otro lado, hubiera querido decirle: “¿por qué coño no me atiendes como se merece un infeliz como yo que ha perdido todo su día aquí?”. Además que me confundía, porque se reía y no era conmigo, se arrechaba y no era conmigo, hablaba y yo como un gafo “¿perdón?”, y me miraba como si fuera un intrépido. De repente, cuando ya esperaba el título, me devuelve los papeles con un código escrito en bolígrafo:
-Tiene que ir a la oficina del CICPC que tenemos acá.
-Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!!! ¿por qué a míííííí? –pensé.
Yo quería llorar pero de verdad verdad. Me fui a la fulana oficina. Toqué la puerta y entré sin que me respondieran. Adentro había cuatro policías parecidos a David Ortíz, el pelotero de Boston, pero ya yo estaba obstinado. Me recibieron el papel.
-Ok, espere afuera.
-Pero cómo cuánto tiempo
-Espere afuera.
-Ajá pero (yo no estoy preguntando dónde espero sino) cómo cuanto tiempo. Tengo aquí casi 12 horas…
-Bueno aquí hay gente desde la mañanita… -cuando uno de los policías dijo esto último ya les había dado la espalda.
Lo que pensé fue “De paso, sordo, seguro me escuchó que tenía casi 2 horas aquí”. Esperé como unos 15 minutos eternos y me entregaron mis recaudos para que volviera a la taquilla sin hacer la cola de nuevo, por supuesto. Estaba terminando de atender a otro digno ciudadano cuando le metí los recaudos por la rendija de la taquilla. La muchacha seguía hablando por teléfono y tecleando.
En 5 minutos me entregó el papel. El título de mi corsita a mi nombre. Creo que suspiré. Eran casi las 5:00pm y tenía el documento en mis manos.
Me dio una emoción tal que sentí casi como si hubiera recuperado el carro. Nunca pensé que una cosa como esa me fuera a emocionar tanto, además post-mórtem. “¡Ahhh! Ya está a mi nombre el carro que me robaron. ¡Qué felicidad!” Suena macabro, pero así sentí…
Lo demás fue sacarle copia a ese papelito, enviar el original y seguir esperando para que me paguen el monto, cuando valga menos, claro… Y así vamos a dar por “finalizada” esta pequeña epopeya interminable. Colorín, colorado ¡tengan sus carros asegurados!

The End (or almost)

martes, 4 de agosto de 2009

“Me robaron el carro” o la fascinante historia de un venezolano en la decadencia III

Una buena tarde hice los depósitos que había que hacer. Del Seguro me enviaron la planilla de declaración del siniestro por email, la imprimí, la llené y la envié por MRW. La carta del Seguro dirigida al INTT salió al cabo de semana y media. Me la enviaron por email escaneada y la imprimí, pero como eso no era suficiente había que esperar la original. Igual aquella semana era muerta para mí porque me tocaba ir a Tránsito el miércoles y aquel era feriado. Gracias al apoyo familiar con el que he contado pude tenerla en mis manos el siguiente martes en la tarde-noche.
Sabía que debía madrugar al día siguiente. Me pararía a las 4:00am y, nuevamente gracias al apoyo familiar, mi cuñada me estaría llevando alrededor de las 5:00 para estar muy temprano. Bueno, mi poca vocación madrugadora imposibilitó la cooperación de mi cuñada. No le paré a la alarma y tampoco hice caso a las varias llamadas que me hizo al celular. Terminé parándome por motu propio como a las 6:00. La llamé para decirle que no se preocupara que ya a esa hora me iba en carrito. Por fortuna y por los traumas burocráticos previos, me preparé dos sandwishes (sánguches, pues), porqueunonuncasabe… Así salí de mi casa y agarré mi carrito. El sol tenía rato largo asomado,y el bululú de los 3 millones de personas que se pararon antes que yo ya se estaba activando.
Ya había mucho tráfico, mucha gente en la calle, muchas paradas. El carrito que dice “Petare” llegó hasta Altamira, pero bueno, equis, me monté en otro ahí mismo que sí me dejó donde era: Oficina Principal del Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre, La California (frente al Unicentro El Marqués). No me había bajado cuando ya quería devolverme. La cola era kilométrica. Mucha gente adentro, mucha gente afuera, por los frontales del edificio, laterales, azoteas. Pero ya estaba ahí. Eran casi las 8:00. Había que afrontar el asunto.
-¿La cola para el traspaso?
-Esta misma, allá al final –me contestó un funcionario que estaba en la puerta.
Llegué al extremo de la cola en plena Av. Franciso de Miranda, en la acera. Saludé y me instalé en mi puesto. Adelante tenía a un pobre señor que, según me reveló instantes después, venía de Guayana a sacar un duplicado al título porque le robaron el carro y se lo exigían. Mucho después supe que se llamaba Jhonny y otras cosas más. Por los momentos era un ciudadano con una especie de tic nervioso que consistía en entrecerrar un poco los párpados como si enfocara siempre todo lo que veía, incluso de cerca. Así, por ejemplo, me miraba mi sanduchito (el primero porque el segundo debía reservármelo) cuando decidí comérmelo un rato después.
Detrás tenía a un señor un poco malhumorado que cargaba el Sobre horrible blanco, negro y anaranjado (los colores de Condorito) que uno tiene que tener.
-Disculpe señor, ¿dónde consiguió ese sobre?
-Yo lo compré. ¿Tú no lo tienes? Ayyyyyyy, tú tienes que hacer otra cola.
-¿Sí?
-Claro. Aquí ya tienes que tener el sobre.
-Bueno, voy a preguntar… -fui y regresé a mi puesto- El funcionario de la puerta me dijo que no, que eso se compraba adentro.
-¿Te dijo eso? Qué bolas. Esos tipos no quieren trabajar una mierda, no joda @#*&$...
Yo estaba algo desconcertado mientras el señor seguía alterado. Yo entiendo que uno tiene el deber de arrecharse con el sistema, con el país, pero ¿tan rápido? Pensé que el señor tenía algún otro problema o simplemente quería que todos en la cola se fueran a otra cola para que él quedara solito… No sé. Después de desayunarme mi primer sanduchito, pelé por Pedro Páramo que la tenía en el bolso –no se puede salir a hacer un trámite sin buen material de lectura- y me puse a leer recostado a la pared. La cola se iba engrosando y el señor iba contagiando a todo el mundo con su arrechera. Tanto que yo que estaba tranquilito leyendo, empecé a arrecharme también.
-Sí, y así es Cadivi, igualito, y que gobierno electrónico... –empezaba yo a atizar el fuego
-¿Y Onidex? ¡Já! Esa vaina no sirve. Sacarse el pasaporte es imposible –saltaba otro por allá que interrumpía mi lectura.
Minutos más tarde, el pobre guayanés se dio cuenta de que todo el mundo tenía sobre menos él y yo y empezó a preocuparse.
-¿Tú tampoco tienes sobre? Ustedes tienen que hacer otra cola. A ellos les están diciendo que hagan esta cola –ahora dirigiéndose a otros compañeros- y luego los van a poner a hacer otra cola. Es que esto no sirve. Este gobierno no sirve –y continuaba…
Jhonny, el gordito guayanés, fue a ver si en efecto teníamos que hacer otra cola y le dijeron lo mismo que a mí: el sobre se compra adentro.
El señor malhumorado continuaba su mitin:
-Este gobierno va a caer pronto. Ya nadie aguanta esta vaina, etcétera, etcétera.
No es que yo no compartiera buena parte de lo que decía, pero me llamaba la atención la vehemencia de su temple matutino. Y rápidamente me llamó la atención también un detalle en el que no había reparado: llevaba colgado un carnet del Ministerio de Energía y Petróleo. Ahora yo estaba más desconcertado.
Un poco más allá de las 9.00 nos comenzó a moverse la cola y un poco más allá, cruzamos la puerta y nos internamos. Había sillitas de salón de fiesta por todos lados, pero todavía estaríamos de pie un buen rato. Una vez adentro, Jhonny y yo fuimos a comprar el fulano sobre. Fue muy fácil. Cinco minutos después estaba en mi cola otra vez.
-Eso sí está divino –escuché que dijo el señor malhumorado refiriéndose a una de las muchachas que atendía. Se está relajando, pensé.
Así transcurrió un rato largo. Lloviznó pero no nos mojamos gracias al toldo y a una mata de mango. Iba pasando gente poquito a poco. Hasta que logramos sentarnos. La metodología era la de irse rodando en los asientos, como los juegos infantiles en los que uno va rodeando las sillas y alguien va quitándolas una a una. Bueno, más o menos así era la cosa. ¿Cuánta gente había adentro? Yo calculo que millón, millón y medio de personas… En serio era mucha gente porque del otro lado había un lugar con muchas más sillas y mucha más gente.
Eran como las 10:30 cuando salió otro de los funcionarios diciendo con un cantadito un poco atorrante:
-Señoras, señores, tienen que tener muuuuucha paciencia. Ustedes van a estar saliendo de aquí como a las 4 de la tarde…
Los murmullos fueron reacción inmediata. Todo el mundo se alarmó, aunque uno siempre guarda esperanzas. El señor malhumorado me dijo “Ya vengo” y le guardé el puesto en la silla, mientras llenaba los datos del sobre.
Al rato empezaron a chequear los recaudos y mi amigo Jhonny me dijo, casi tembloroso:
-Coño, no me quieren recibir porque y que me falta una carta del seguro
-Ah sí, chamo, la carta que el seguro le manda a Tránsito…
-Coño, y yo vengo de Guayana…
El escenario era cruel para él. Lo lamenté pronfundamente y traté de darle ánimos para que insistiera.
-La solución es que vayas a la sede del seguro en Caracas y que te hagan esto y lo traigas mañana. Plantéales el caso porque a mí me tardó como una semana. ¿Y dónde te estás quedando? –pregunté ingenuamente.
-No, si yo no me estoy quedando. Yo llegué hoy mismo a Caracas y me regresaba hoy mismo pa´Ciudad Guayana. Yo no tengo plata, no conozco la ciudad ni tengo nadie aquí -respondió.
De verdad que se me partió el alma. No sólo lo atracaron para quitarle el carro, sino que le pasa esto. Sentí tanta compasión que le di mi número de teléfono para que me llamara cualquier cosa.
-Suerte –le dije
-Gracias papá. La voy a necesitar.

To be continued again again