jueves, 29 de abril de 2010

Accidental

Ayer me pasó algo que a uno le debe pasar algo así como una vez en la vida. Por eso siento que tengo que escribirlo y retratarlo de alguna manera, atraparlo en el tiempo.
Mientras yo salía de la oficina, una muchacha salía de asistir a una conferencia que se dictaba en el auditorio que queda en mi lugar de trabajo. Así, circunstancialmente, pasaba cuando se cruzó conmigo. Se me quedó mirando sin que yo alcanzara a percatarme y me señaló: "Tú estudiaste en el colegio Independencia de Barquisimeto", y siguió su camino entre la multitud que la arrastraba, mientras yo, algo perplejo, asentía con el temor de no entender jamás la situación.
Por fortuna, me pudo abordar a la salida mientras esperaba el transporte con mis compañeros. Se me acercó y me dijo que ella tenía muy buena memoria, y que se acordaba de mí por un ensayito q escribí en 8vo grado.
-Se llamaba América para todos –sentenció haciéndome viajar en el tiempo- ¿te acuerdas?
Claro que me acordaba. Era un pequeño texto antiimperialista que había escrito bajo la influencia de las corrientes ñángara que me alienaban para entonces. Pero no podía creer que gracias a ese escrito aparentemente intrascendente, diez años después estuviera viviendo ese instante tan accidental, tan raro... La verdad, me maravilló su memoria. Cuántas veces no he sido yo el único que se acuerda de cosas, lugares y personas "aparentemente intrascendentes"...

Corrupción y supervivencia

Luego de echar gasolina cerca de las 9:00 pm me dirigía a mi casa en Santa Mónica. Sonaba una canción de Yordano en el reproductor cuando llegué al portón. Me bajé a abrir y me volví a montar. Entré, apagué el carro, metí el tranca-palanca y estaba recogiendo mis cosas con la puerta entreabierta en el momento en que llegaron dos jóvenes con “buena presencia” –como se dice en los clasificados- instándome a cooperar, pistola de por medio:

-Bájate tranquilito. No subas las manos.

Mientras los veía saliendo silenciosamente, sólo pensaba en lo inverosímil que parecía que me robaran el carro por segunda vez en diez meses. Pero al cabo de 15 minutos, también en contra de las probabilidades, ya nos habían indicado por teléfono que el vehículo estaría frente a la Plaza O´Leary. Poco después de las 10:00 pm me fui en una patrulla con tres policías y lo rescatamos. De regreso a la jefatura, me encontré a mi hermano hablando con un inspector parecido al Ño Pernalete de Doña Bárbara, que planteaba dos alternativas: o formulábamos la denuncia y dejábamos el vehículo a merced del Ministerio Público, o “colaborábamos” con ellos y nos lo llevábamos esa misma noche.

-Usted comprenderá que no tenemos mucho dinero… -le dije- ¿300 está bien?

-Lo que ustedes puedan, pero con 300 el jefe –siempre hay un jefe imaginario- me va a dar una patada por el culo –dijo el inspector con toda elegancia.

-Les dejamos 300 ahora y mañana le damos 700 para llegar a 1000 –saltó mi hermano ya obstinado-, y así no nos exponemos a sacar plata en telecajeros a esta hora…

-No, pero si para eso estamos nosotros… ¡Los escoltamos!

Y así fue. Nos custodió un policía en los tres cajeros que tuvimos que visitar para completar los 700 restantes y, una vez entregados, pudimos llevar el carro de vuelta a casa.

Como es evidente, en este cuento no hay moralejas ni lecciones de ética, pero sí hay cosas qué apuntar. Algún sensato lector bien podría criticar cualquier cooperación con la corrupción. Sin embargo, creo justo señalar que este tipo de corrupción es el indicio de un problema mayor. Considerando algunos testimonios, incluido el de un conocido que en un año no ha podido sacar su carro de Fiscalía, uno tiene la certeza de que los carros que allí entran no sólo tardan mucho en salir, sino que son desvalijados por las mismas autoridades.

Hay una crisis ética de la que el ciudadano parece prácticamente obligado a formar parte. Hacer las cosas bien -además de parecer un acto pedante, como ironiza Cabrujas- puede suponer ir en contra de sí mismo. La indefensión de un ciudadano lo obliga a preferir saltar las reglas conjuntamente con el Estado. La situación no admite ligerezas, pues detrás de todo hay una grave insatisfacción de los funcionarios públicos que pasa por una falla vocacional y, desde luego, por la insuficiencia de los salarios; todo lo cual conduce a que el oficial, en lugar de dedicarse a la ciudadanía, viva constantemente tras un “rebusque”, ya sea matraqueando, desarmando vehículos para vender las piezas o hasta pactando con el hampa.

De mi parte, el carro está oculto en un garaje. Huyo de los ladrones, de los policías y acaso termine huyendo de mí mismo.

El estigma del “volteado”

Hoy me habría gustado hablar de otra cosa, pero no puedo. Ayer en la mañana, revisando la prensa, me topé con una entrevista que le hiciera Vladimir Villegas al llamado “ideólogo del socialismo del siglo XXI”, Heinz Dieterich, en la que le preguntaba por el caso de Henri Falcón, entre otras interesantísimas cosas que comentaríamos si tuviéramos más espacio. Al momento hice una asociación entre estos tres personajes: ¿Qué tienen en común? Que los tres apoyaron a Chávez y hoy mantienen alguna distancia. “Son tres volteados”, pensé automáticamente, e inmediatamente me lo recriminé, pues no debe ser normal que asumir opiniones disonantes signifique “volteársele” a algo o, peor aún, a alguien.

Hace una semana, con su uniforme militar, el presidente no tuvo empacho en decir estas palabras: “los que están con Falcón están contra Chávez y los que están con Chávez están con Chávez…, no hay lugar para medias tintas”. Antier, durante un acto realizado ante 20mil personas en el domo bolivariano de Barquisimeto –incluido corte deliberado de luz eléctrica-, Henri Falcón envió otro mensaje: “Señor Presidente, le tenemos mucho respeto, pero eso no niega la posibilidad de la crítica”. Aunque Dieterich califica la decisión de Falcón como “un acto de civismo y valor”, ayer el jefe de Estado, durante su alocución dominical, insistió en llevar a la hoguera al gobernador de Lara: "No me respete, gobernador, que usted no se respeta a usted mismo. Usted es un traidor, gobernador. Un traidor más que va a desaparecer por el camino de los traidores". No conforme con formularle esa extraña petición de irrespeto y pronosticar el destino político del líder regional, el presidente decidió revelar -ahora sí- que tenía pruebas de que el 11 de abril de 2002 Falcón respaldó a Carmona Estanga. "Yo siempre he sabido que era un traidor. Como Cristo sabía quién era Judas", dijo el preclaro mandatario. Lo primero que llama la atención es que, sabiendo ese detalle, el presidente lo siguiera apoyando en 2004 y 2008 nuevamente. Pero si vamos más allá, habría que alarmarse ante el solo hecho de que somos gobernados por un (súper)hombre que se compara permanentemente con la figura de un mártir elegido y tocado por la divinidad, que hace milagros, aglutina masas, porta la verdad –la encarna- y se rodea de unos apóstoles de quienes no espera sino lealtad irrestricta.

La pregunta de fondo es: ¿cómo se construye socialismo con base en el personalismo siendo éstas dos concepciones antagónicas?, ¿cómo se construye un país bajo el abrigo de un dogma dentro del cual todo disentimiento frente a un líder reconocido como “único”, “indiscutible” e “irreemplazable”, es tratado como a Juana de Arco o Galileo Galilei y donde, como el propio presidente dice, “no hay lugar para medias tintas”? Sin diálogo, ni autocrítica es imposible dar solución a problemas plurales.
Erosionar la estructura polarizada y sectaria sobre la que se monta la mayor parte del aparato gubernamental y comunicacional del país es, además de una necesidad, la gran responsabilidad que tenemos: cuestionar por qué nos venden héroes y antihéroes como barajitas de álbum, por qué tenemos que hablar de traidores, desertores y volteados; preguntarnos, por ejemplo, quién puso la talanquera, de qué sirve y a quién divide. Dejar de señalar “volteados” y evitar la verbalización del estigma podría ser un buen inicio.