jueves, 29 de abril de 2010

El estigma del “volteado”

Hoy me habría gustado hablar de otra cosa, pero no puedo. Ayer en la mañana, revisando la prensa, me topé con una entrevista que le hiciera Vladimir Villegas al llamado “ideólogo del socialismo del siglo XXI”, Heinz Dieterich, en la que le preguntaba por el caso de Henri Falcón, entre otras interesantísimas cosas que comentaríamos si tuviéramos más espacio. Al momento hice una asociación entre estos tres personajes: ¿Qué tienen en común? Que los tres apoyaron a Chávez y hoy mantienen alguna distancia. “Son tres volteados”, pensé automáticamente, e inmediatamente me lo recriminé, pues no debe ser normal que asumir opiniones disonantes signifique “volteársele” a algo o, peor aún, a alguien.

Hace una semana, con su uniforme militar, el presidente no tuvo empacho en decir estas palabras: “los que están con Falcón están contra Chávez y los que están con Chávez están con Chávez…, no hay lugar para medias tintas”. Antier, durante un acto realizado ante 20mil personas en el domo bolivariano de Barquisimeto –incluido corte deliberado de luz eléctrica-, Henri Falcón envió otro mensaje: “Señor Presidente, le tenemos mucho respeto, pero eso no niega la posibilidad de la crítica”. Aunque Dieterich califica la decisión de Falcón como “un acto de civismo y valor”, ayer el jefe de Estado, durante su alocución dominical, insistió en llevar a la hoguera al gobernador de Lara: "No me respete, gobernador, que usted no se respeta a usted mismo. Usted es un traidor, gobernador. Un traidor más que va a desaparecer por el camino de los traidores". No conforme con formularle esa extraña petición de irrespeto y pronosticar el destino político del líder regional, el presidente decidió revelar -ahora sí- que tenía pruebas de que el 11 de abril de 2002 Falcón respaldó a Carmona Estanga. "Yo siempre he sabido que era un traidor. Como Cristo sabía quién era Judas", dijo el preclaro mandatario. Lo primero que llama la atención es que, sabiendo ese detalle, el presidente lo siguiera apoyando en 2004 y 2008 nuevamente. Pero si vamos más allá, habría que alarmarse ante el solo hecho de que somos gobernados por un (súper)hombre que se compara permanentemente con la figura de un mártir elegido y tocado por la divinidad, que hace milagros, aglutina masas, porta la verdad –la encarna- y se rodea de unos apóstoles de quienes no espera sino lealtad irrestricta.

La pregunta de fondo es: ¿cómo se construye socialismo con base en el personalismo siendo éstas dos concepciones antagónicas?, ¿cómo se construye un país bajo el abrigo de un dogma dentro del cual todo disentimiento frente a un líder reconocido como “único”, “indiscutible” e “irreemplazable”, es tratado como a Juana de Arco o Galileo Galilei y donde, como el propio presidente dice, “no hay lugar para medias tintas”? Sin diálogo, ni autocrítica es imposible dar solución a problemas plurales.
Erosionar la estructura polarizada y sectaria sobre la que se monta la mayor parte del aparato gubernamental y comunicacional del país es, además de una necesidad, la gran responsabilidad que tenemos: cuestionar por qué nos venden héroes y antihéroes como barajitas de álbum, por qué tenemos que hablar de traidores, desertores y volteados; preguntarnos, por ejemplo, quién puso la talanquera, de qué sirve y a quién divide. Dejar de señalar “volteados” y evitar la verbalización del estigma podría ser un buen inicio.

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