lunes, 6 de julio de 2009

“Me robaron el carro” o la fascinante historia de un venezolano en la decadencia II

Cuando un carro asegurado es hurtado o robado, la compañía de seguros responderá pero, eso sí, si uno hace silencio y da todo lo que le pidan, sin mirar a la cara. Pasa más o menos como en aquellos juegos de fiestas infantiles en los que “Simón dice” que necesita una correa marrón, un zapato izquierdo o una pintura de labios, y donde todos los niños se dispersan, corriendo y gritando despojando a sus padres, tíos, hermanos o primos de una correa marrón, un zapato izquierdo, una pintura de labios o lo que sea que pida el gran Simón.
Cuando vi la lista de recaudos del Seguro tuve ganas de llorar. Desconocía un par de ítems y no tenía algunos de los que conocía. Poco a poco he ido solventando la crisis pero entre la lista había uno que brillaba con luz propia: Título de propiedad del vehículo a nombre del asegurado. O sea, Simón dice que le traigan “correa marrón de cuero argentino, con hebilla plateada y un solo orificio”. Nooooooooooo. El título de propiedad no está a mi nombre sino al de su anterior dueña, sólo tengo un documento de traspaso. Ah, pero no debe ser tan difícil, pensé. Leí los recaudos en la página del INTT y suspiré. Pedían constancia de revisión del vehículo y no había vehículo. ¿Podré hacer esto en la Oficina de Los Chaguaramos? “Para cualquier información, puede llamarnos al 0800-INTT-00”…
-Buenos días, Instituto de Tránsito y Transporte Terrestre…
-Buenos días, señorita. Una pregunta: en caso de carros robados, ¿cómo se hace para tramitar el título de propiedad a nombre del propietario?
- Los recaudos que aparecen en la página, más Denuncia en PTJ, denuncia en el Cuerpo de Vigilancia de Tránsito, y Carta de la Compañìa de Seguros…
(La tengo, la tengo, no la tengo, no la tengo…)
-Ahhh ¿Denuncia en Tránsito? Yo tengo la del CICPC, ¿no es suficiente con eso?
-No, señor. Tiene que hacerla en el Cuerpo de Vigilancia de Trànsito.
-Ah, bueno, ¿y en Los Chaguaramos puedo hacerlo?
-No, señor. Tiene que ser en el Cuerpo de Vigilancia –ya estaba alterada
-¿Dónde es eso, entonces?
-El Llanito, señor –dijo lacónicamente, posiblemente segura de que yo vivía lejos de ahí
-Ahhh –me lamenté- y en cuánto a los depósitos, en la página aparece algunos para revisión del vehículo, ¿cómo se hace en mi caso?
- Tiene que hacerlos todos, señor.
-¿Todos? ¿Así no haya carro qué revisar?
-¡Todos! Así no haya carro qué revisar –esta vez remedándome.
-Okey, gracias, muy amable –me despedí no sin sarcasmo.
Bueno, tenía que ir a El Llanito. Ahora o nunca, pensé. Agarré una camioneta que me deja en Los Cortijos y aproveché de pasar por El Nacional a ver si tenía un cheque para mí de una colaboración que hice el año pasado, y no había nada. Regresé a la estación del Metro de donde sale un Metrobús para El Llanito. Mientras el chofer me contestaba que sí pasaba cerca de Tránsito, un usuario se sonreía macabramente. Segundos después, el usuario me dijo que tenía que caminar un poco porque debía quedarme en la primera parada, la del hospital Domingo Luciani. Ya yo estaba montado en ese tren. En efecto, tuve que bajarme en el hospital y encaminarme al famoso Cuerpo de Vigilancia.
El sol quemaba y la subida que hay que andar –o escalar- para llegar a Tránsito es matadora. Iba sudando, mentando la madre de todos los choros del mundo, con especial énfasis en las madres de los choros que se llevaron el carrito. Por supuesto también iba repasando los documentos que tenía en el bolso (le había sacado fotocopia a todo). Al llegar a la cima de la subida, un poco desorientado, me dijeron dónde debía formular la denuncia: Departamento de Investigaciones. Era una puerta con una ventanilla. Me acerqué para decir a lo que venía y el funcionario de adentro me dijo, como ansioso de mi fracaso, que revisara los recaudos que estaban en una hoja pegada a la derecha de la ventanilla.
-¡Yo tengo todo!
-¿Fotocopias de todo? –preguntó esperanzado todavía.
-Ajá.
Me sugirió que me sentara al frente y esperara. En medio de la espera llegó un oficial del ejército, uniformado, que venía también a formular su denuncia. Al tipo le habían robado el carro en Cumaná y tuvo que venir a la sede principal del INTT para arreglar su título de propiedad, y lo habían rebotado porque no llevó la denuncia hecha ante tránsito. Con su caso, pensé que mucha gente la tiene mucho más difícil que uno. Yo, al menos, estoy en la capital y un poquito más informado. Aprovechando la similitud del caso del oficial y el mío, intenté constatar los recaudos que él tenía, a ver si me faltaba algo o qué sé yo.
-¿Y usted hizo todos los depósitos?
-No, nada más este y este otro –dijo señalando mi lista impresa.
-¿Y estos de la revisión del vehículo no? –pregunté pensando en la amable señorita del 0-800.
-No, jaja, y qué van a revisar si no hay carro –respondió en tono casi burlista.
-Jaja, sí ¿verdad? Eso fue lo mismo que le dije a la tipa del 0-800-Trànsito o lo que sea- le conté.
Como la versión del oficial me parecía más lógica y convincente, decidí desechar la opinión de la telefonista. Era ilógico pagar por una revisión que no se hará. Claro que como la lógica no es el principio rector de nada acá ni mucho menos, siempre queda cierta sospecha.
Al cabo de unos minutos, me llamaron por el nombre de la anterior propietaria del carro. Reclamé que hubieran puesto en el nombre del propietario el de su antigua dueña, a lo que me contestaron que eso era así porque ese era el nombre que salía en el Título. Por otra parte, en vez de “hurto” escribieron “robo”, y eso que lo que debían hacer era prácticamente transcribir la denuncia ante el CICPC, pero bueno… Ya con eso había hecho la diligencia del día. Inmediatamente me comuniqué con la corredora, que es casi como una tía, para que fuera canalizando lo de la carta dirigida al INTT y que me enviaran por mail desde Barquisimeto la planilla de “Declaración del siniestro” que a esas alturas todavía no había llenado.
Ahora faltaba hacer los depósitos y tener la carta del Seguro (original, enviada desde Barquisimeto) en mi poder, carta en la cual la burocracia privada le enviara un saludo a la burocracia pública, y uno en el medio haciendo todas las diligencias.


To be continued again…

viernes, 3 de julio de 2009

“Me robaron el carro” o la fascinante historia de un venezolano en la decadencia

Si pensaba que el robo de una cartera con documentos personales era una tragedia, es porque hasta entonces no me habían robado el carro.
Qué iba a imaginar que aquella tranca del viernes en Plaza Venezuela sería mi última cola en mi carrito. Estábamos él y yo como siempre, -cual don Quijote y Rocinante, el Llanero Solitario y Plata, Batman y el batimovil, Meteoro y su Mach 5- uno aferrado al otro. La cola empezaba en la Avenida La Salle. Los carros apenas se movían. El aire acondicionado enfriaba bien. Había sintonizado los disparates de Erika de la Vega, Ivan Mata y Henrique Lazo. Los carros apenas se dejaban llevar por la gravedad de la pendiente y rápidamente frenaban; soltaban el freno y volvían a hundirlo. Qué iba a imaginar que no volvería a compartir con él una tranca en la ciudad. No es que yo lo humanice, no, pero es que él se hacía querer: los nobles corsas prácticamente se arreglan solitos… Además, si los llaneros le componen coplas a los caballos, uno podría tener un gesto con… De haber lo sabido, habría disfrutado más cada segundo infinito de aquella cola bárbara. El sol se estaba poniendo más atrás de las Torres de Parque Central. Eran casi las 5 de la tarde, las 5:15, las 5:30, las 5:40. Mi clase era a las 5:15. Iba tarde, angustiado por lo poco que me gusta hacer esperar a los demás. De haberlo sabido me habría angustiado menos y le hubiera pasado suavemente un trapito al tablero.
Estaba entrando a la Ciudad Universitaria a las 6:00 de la tarde. Por la prisa, me estacioné en el primer espacio que vi. Y me bajé rápido, casi corriendo, para entrar a mi amada Escuela de Comunicación. De haberlo sabido, habría sido más sutil, quizá me habría despedido con un beso, pero la ignorancia me metió a empujones en la Escuela. De haberlo sabido, habría volteado la mirada y le habría dedicado algún gesto, seguramente.
Luego de la clase y de esperar a que el último alumno entregara su práctica, salí del salón cerca de las 8:30, acompañado por una alumna a la que iba a darle la cola –de haberlo sabido no se la habría ofrecido- y acaso emocionado por algún viaje inminente a la playa. Bajé las escaleras, salí a la puerta y le indiqué a mi alumna que el carro estaría por allá… ¿por allá? ¿y el carro?... pero si yo lo había estacionado ahí… pero ahí no está… Ya va. Ya va. Ya va… Y me iba acercando hacia el puesto vacío, supongo que con la ridícula esperanza de que reapareciera como por acto de Copperfield. Y aquel indescriptible frío en el estómago… ¡Ahhh! Me robaron el carro. ¡¡¡Coñuelamadre!!!
Al cabo de unos minutos, gracias al apoyo simbólico y logístico de mi mamá, mi novia, mi hermano y del novio de mi alumna –que es amigo mío- estaría en una oficina del CICPC, la División de Vehículos de Quinta Crespo. Dos o tres policías adentro. El televisor encendido a todo volumen, sintonizado en una telenovela. Okey, uno no espera que estén viendo CSI ni Medical Detectives, tampoco alguna ópera en Film&Arts, pero, no sé, podrían haber estado viendo cualquier otra cosa… Pero no. Veían un culebrón con toda la atención del mundo. Hasta intercambiaban impresiones sobre la trama. Me sentí en Springfield. Sólo les faltaba comer donas... No llevábamos ni dos minutos cuando comprendimos el placer exacto que un policía experimenta al decir “espere ahí sentado”.
Debe haber pasado más de una hora, cuando uno que había estado refunfunñando porque un denunciante había dicho "robo" cuando era "hurto", me gritó desde su escritorio. “Pana, pasa”.
El postín era inclemente. Debía tomarme la denuncia. El policía miraba el monitor y de vez en cuando pulsaba con el índice alguna tecla. De pronto empezó a preguntarme cosas y yo a contestar. Le sonaba el celular y lo atendía. Proseguía el interrogatorio. Prácticamente no escribía nada; parecía que sólo borraba cosas. Luego, cuando me mostró el acta que yo debía firmar, o mejor dicho “la ciudadana Ricardo Andrade”, noté el reflejo de su poca dedicación. Me había preguntado:
-¿El vehículo tenía alguna marca que lo distinguiera?
-Ehhh, no propiamente. Bueno, tenía el papel ahumado vencido, abombado en el vidrio de atrás… Le faltaba el tubo de escape…
En el acta decía: “Se le preguntó si el vehículo tenía alguna marca que lo distinguiera a lo que el denunciante indicó que no”. Le hice ver al policía algunos detalles y me dijo que nada de eso importaba, que firmara. Al cabo de mucho tiempo, imprimió otro par de copias, me hizo poner mis huellas. Anotó en bolígrafo el número del expediente y me dijo que debía regresar el lunes para consignar los papeles y retirar la denuncia.
-Pero yo aquí tengo los papeles…
-Pero es que son copia de cédula y copia de documentos del vehículo
-Bueno aquí tengo todo eso, ¿ustedes no tienen una fotocopiadora aquí? –pregunté iluso.
- No, vente el lunes.
Era nuevamente un peatón, un flaneur forzoso y forzado a disfrutar de las bondades una ciudad que, de paso, es siempre hospitalaria con sus peatones. Aquel lunes en la tarde tenía una entrevista en al Universidad Metropolitana que, como saben, no queda muy al alcance de casi nada. Así que en la mañana me monté en una camionetica de la línea San Ruperto y así llegué al CICPC de nuevo. Ahora sí había mucho movimiento. Al cabo de unos ligeros maltratos me dieron mi denuncia y me encaminé a la casa para almorzar y salir a la Metropolitana, ahí mismito en el polo este de la ciudad. Me suspendieron la entrevista con una llamada cuando ya estaba bajando las escaleras del Metro.
De cualquier modo, tengo dos alicientes: el primero es que no me atracaron ni me mataron malamente; el segundo es que el carro estaba asegurado. Pero por eso es que la aventura debe continuar, porque consignar todos los recaudos ante el Seguro también puede ser una fabulosa aventura, que no se puede perder…


To be continued…