La fe no es un asunto baladí para la humanidad. El hombre busca permanentemente certezas y, como no hay cosa gratuita, la forma menos científica de procurarlas es trocándolas por incorruptible lealtad y ciego fervor. Ante el resquebrajamiento de la tradición grecorromana y del judeocristianismo, otras corrientes de la modernidad han venido a ocupar ese vacío histórico, para erigirse como nuevas religiones y nuevos dioses. Verbigracia, el marxismo, sobreviviente mitificado de los embates del tiempo.
La idea hobbesiana de la religión como instrumento de cohesión social se sostiene por sí misma: religar es unir. La religión se fundamenta en la fe, elemento vital de la condición humana y social. De acuerdo con la Real Academia Española, fe es creencia y fidelidad, un conjunto de lealtades y adhesiones con respecto a preceptos inviolables, insustituibles e indiscutibles, retransmitidos dogmáticamente, fundados en lo doctrinario y en lo sagrado, ideas a las que no se les puede ser infiel.
La revolución venezolana ha tomado ideas del marxismo para la construcción de un discurso de reivindicación proletaria, lucha de clases y transformación de los modos de producción pero, sobre todo, ha tomado del marxismo su esencia religionaria, cristalizada -tropicalmente- en un símbolo autóctono: Bolívar, el máximo héroe de la épica independentista latinoamericana, el hombre que sacrificó su vida propia por la libertad colectiva, el arquetipo del mártir, visionario y profético, elegido por la Providencia para la redención del otro, para ser salvador de su pueblo y traicionado por la ignorancia popular, para luego ser sujeto de idolatrías y veneraciones póstumas. Miembro de un grupo de hombres que, quizá sin proponérselo, se convierten en mitos y objetos de fe: se endiosan. De modo casi análogo, como Cristo y Mahoma, Bolívar es el símbolo del bolivarianismo, doctrina esencial del proyecto político del actual gobierno venezolano. No es gratuito que el discurso revolucionario sitúe a Cristo y a Bolívar en un mismo plano, unidos por los valores comunes de amor y solidaridad. El presidente, entonces, viene a fungir, simbólicamente, del enviado mesiánico (probablemente del Padre Libertador) que ha llegado al poder con la elevada misión de predicar el bolivarianismo y darle forma en el marco del socialismo del siglo XXI, es decir, de continuar la tarea que Bolívar dejara inconclusa en el siglo XIX.
El sentido doctrinario no puede tener complemento más compatible que la disciplina –militar– y, consecuentemente, el miedo. Fe y rigor son las formas con que los fieles pagan la resolución de sus dudas y el sosiego de sus almas. La doctrina religiosa no permite medias tintas; el bolivarianismo contemporáneo tampoco. En el medioevo, cuando la Iglesia ostentó su máxima cuota de poder político, el destino de un crítico de la fe católica no podía ser otro que el de arder en las castradoras llamas del bien, morir en la hoguera. Era simplemente un “hereje”, un equivocado, un traidor descarrilado e inconveniente. La hoguera de hoy es un fusilamiento metafórico y una decapitación alegórica representada en la descalificación pública, el bloqueo y la exclusión. Actualmente, el destino del hereje es la muerte figurada, su desaparición forzosa y la satanización. Para la Revolución bolivariana, hereje es todo correligionario que disiente. De ahí que todo el que critica, desde adentro, las prácticas y métodos revolucionarios, se enfrenta al terror, elemento fundamental de religiones (Inquisición) y revoluciones (Robespierre). Un feligrés no puede poner en cuestionamiento la palabra del profeta; debe siempre asentir y nunca disentir. En el bolivarianismo del siglo XXI, como en toda religión, las ideas y parábolas deben ser aceptadas, no hay cabida para la contraargumentación.
El diputado Ismael García y el general Raúl Baduel son dos ejemplos recientes y paradigmáticos de la herejía contrabolivariana. Ambos han sido excomulgados por el propio jefe de Estado y llevados a la hoguera con el objeto, también, de que la militancia (o feligresía, da lo mismo) vea lo que ocurre con los osados que contradicen la palabra sagrada y, así, no se le ocurra a nadie imitarlos, ni defenderlos. Una evidencia flagrante de que la idea de fusilamiento pervive en la Quinta República es lo ocurrido en días recientes, cuando frente al líder, al calor del Poliedro de Caracas, la masa enardecida clamaba un grito de guerra: “Baduel, traidor, te sale paredón”. Desde un punto de vista crítico, es prácticamente incomprensible que un hombre con suficientes muestras de lealtad ideológica pase, en cuestión de horas, de héroe revolucionario a traidor, pero desde el punto de vista religioso, es perfectamente comprensible puesto que la traición es sinónimo automático de disenso, y eso es indisciplina, irreverencia y condenable herejía. Si la propuesta del líder es una reforma constitucional, sus seguidores no pueden sino aceptarla y celebrarla. Opinar que esa dirección es errónea es, consecuentemente, una bofetada al padre y una puñalada en la espalda a la Patria.
Ismael García y sus compañeros de partido fueron inmediatamente (des)calificados como “oposición” desde el momento en que manifestaron su desacuerdo con la tesis del partido único. A partir de allí, Podemos es automáticamente –y ahí va la descalificación inmediata- un partido contrarrevolucionario, defensor de los intereses de la oligarquía y del imperialismo estadounidense. En general, las intervenciones de Ismael García ya no son realmente escuchadas por el resto de los diputados. Se le concede su derecho de palabra pero cuando culmina no se oyen los aplausos que suceden a otras intervenciones y, por el contrario, se oyen risas de burla y la voz de Cilia Flores para reiterar que el diputado “ahora” defiende otros intereses, “ahora” es de oposición, “ahora” es un enemigo.
Las religiones son totalitarias en tanto que se basan en dogmas predicados por un líder absoluto, sujeto de temor y adulación. En ese sentido, el bolivarianismo –no las ideas de Bolívar, sino su endiosamiento doctrinario- es religioso y, a la vez, totalitario. El bolivarianismo de la revolución venezolana, heredero del marxismo, es por un lado, un hombre (un embajador de la santa palabra), y por otro, la fe en ese hombre, sobrenatural dueño de la verdad.