viernes, 3 de julio de 2009

“Me robaron el carro” o la fascinante historia de un venezolano en la decadencia

Si pensaba que el robo de una cartera con documentos personales era una tragedia, es porque hasta entonces no me habían robado el carro.
Qué iba a imaginar que aquella tranca del viernes en Plaza Venezuela sería mi última cola en mi carrito. Estábamos él y yo como siempre, -cual don Quijote y Rocinante, el Llanero Solitario y Plata, Batman y el batimovil, Meteoro y su Mach 5- uno aferrado al otro. La cola empezaba en la Avenida La Salle. Los carros apenas se movían. El aire acondicionado enfriaba bien. Había sintonizado los disparates de Erika de la Vega, Ivan Mata y Henrique Lazo. Los carros apenas se dejaban llevar por la gravedad de la pendiente y rápidamente frenaban; soltaban el freno y volvían a hundirlo. Qué iba a imaginar que no volvería a compartir con él una tranca en la ciudad. No es que yo lo humanice, no, pero es que él se hacía querer: los nobles corsas prácticamente se arreglan solitos… Además, si los llaneros le componen coplas a los caballos, uno podría tener un gesto con… De haber lo sabido, habría disfrutado más cada segundo infinito de aquella cola bárbara. El sol se estaba poniendo más atrás de las Torres de Parque Central. Eran casi las 5 de la tarde, las 5:15, las 5:30, las 5:40. Mi clase era a las 5:15. Iba tarde, angustiado por lo poco que me gusta hacer esperar a los demás. De haberlo sabido me habría angustiado menos y le hubiera pasado suavemente un trapito al tablero.
Estaba entrando a la Ciudad Universitaria a las 6:00 de la tarde. Por la prisa, me estacioné en el primer espacio que vi. Y me bajé rápido, casi corriendo, para entrar a mi amada Escuela de Comunicación. De haberlo sabido, habría sido más sutil, quizá me habría despedido con un beso, pero la ignorancia me metió a empujones en la Escuela. De haberlo sabido, habría volteado la mirada y le habría dedicado algún gesto, seguramente.
Luego de la clase y de esperar a que el último alumno entregara su práctica, salí del salón cerca de las 8:30, acompañado por una alumna a la que iba a darle la cola –de haberlo sabido no se la habría ofrecido- y acaso emocionado por algún viaje inminente a la playa. Bajé las escaleras, salí a la puerta y le indiqué a mi alumna que el carro estaría por allá… ¿por allá? ¿y el carro?... pero si yo lo había estacionado ahí… pero ahí no está… Ya va. Ya va. Ya va… Y me iba acercando hacia el puesto vacío, supongo que con la ridícula esperanza de que reapareciera como por acto de Copperfield. Y aquel indescriptible frío en el estómago… ¡Ahhh! Me robaron el carro. ¡¡¡Coñuelamadre!!!
Al cabo de unos minutos, gracias al apoyo simbólico y logístico de mi mamá, mi novia, mi hermano y del novio de mi alumna –que es amigo mío- estaría en una oficina del CICPC, la División de Vehículos de Quinta Crespo. Dos o tres policías adentro. El televisor encendido a todo volumen, sintonizado en una telenovela. Okey, uno no espera que estén viendo CSI ni Medical Detectives, tampoco alguna ópera en Film&Arts, pero, no sé, podrían haber estado viendo cualquier otra cosa… Pero no. Veían un culebrón con toda la atención del mundo. Hasta intercambiaban impresiones sobre la trama. Me sentí en Springfield. Sólo les faltaba comer donas... No llevábamos ni dos minutos cuando comprendimos el placer exacto que un policía experimenta al decir “espere ahí sentado”.
Debe haber pasado más de una hora, cuando uno que había estado refunfunñando porque un denunciante había dicho "robo" cuando era "hurto", me gritó desde su escritorio. “Pana, pasa”.
El postín era inclemente. Debía tomarme la denuncia. El policía miraba el monitor y de vez en cuando pulsaba con el índice alguna tecla. De pronto empezó a preguntarme cosas y yo a contestar. Le sonaba el celular y lo atendía. Proseguía el interrogatorio. Prácticamente no escribía nada; parecía que sólo borraba cosas. Luego, cuando me mostró el acta que yo debía firmar, o mejor dicho “la ciudadana Ricardo Andrade”, noté el reflejo de su poca dedicación. Me había preguntado:
-¿El vehículo tenía alguna marca que lo distinguiera?
-Ehhh, no propiamente. Bueno, tenía el papel ahumado vencido, abombado en el vidrio de atrás… Le faltaba el tubo de escape…
En el acta decía: “Se le preguntó si el vehículo tenía alguna marca que lo distinguiera a lo que el denunciante indicó que no”. Le hice ver al policía algunos detalles y me dijo que nada de eso importaba, que firmara. Al cabo de mucho tiempo, imprimió otro par de copias, me hizo poner mis huellas. Anotó en bolígrafo el número del expediente y me dijo que debía regresar el lunes para consignar los papeles y retirar la denuncia.
-Pero yo aquí tengo los papeles…
-Pero es que son copia de cédula y copia de documentos del vehículo
-Bueno aquí tengo todo eso, ¿ustedes no tienen una fotocopiadora aquí? –pregunté iluso.
- No, vente el lunes.
Era nuevamente un peatón, un flaneur forzoso y forzado a disfrutar de las bondades una ciudad que, de paso, es siempre hospitalaria con sus peatones. Aquel lunes en la tarde tenía una entrevista en al Universidad Metropolitana que, como saben, no queda muy al alcance de casi nada. Así que en la mañana me monté en una camionetica de la línea San Ruperto y así llegué al CICPC de nuevo. Ahora sí había mucho movimiento. Al cabo de unos ligeros maltratos me dieron mi denuncia y me encaminé a la casa para almorzar y salir a la Metropolitana, ahí mismito en el polo este de la ciudad. Me suspendieron la entrevista con una llamada cuando ya estaba bajando las escaleras del Metro.
De cualquier modo, tengo dos alicientes: el primero es que no me atracaron ni me mataron malamente; el segundo es que el carro estaba asegurado. Pero por eso es que la aventura debe continuar, porque consignar todos los recaudos ante el Seguro también puede ser una fabulosa aventura, que no se puede perder…


To be continued…

8 comentarios:

Chancho dijo...

No es por sadismo ni por burlarme de la desgracia ajena. Pero por Dios, haz otra nota con la travesía del seguro. Después de una nota tan romántica con el carro, vale la pena leer el resto.

Fuerza, ciudadana Andrade. Al menos está asegurado.

LuisCarlos dijo...

"Donde quiera que esté, mi carro es mío..."
http://www.youtube.com/watch?v=FRDkQfwHQ-c

Para que pases la depresión

Unknown dijo...

ay mi guaritooo lamento, tu terrible perdida... realmente se lo que es y es terrible, pero sin embargo me encanta que tengas todavia el humor como para poder redactar esto con tanta gracia...

Ricardo Andrade dijo...

Hola amigos! Gracias por acompañarme!
Jajaja, gracias Chancho! Ya voy a montar la segunda parte de esta historia..
LuisCarlos! Qué vaina tan buena. Cómo pude reírme con esa canción. Me ayudó mucho!!! :)
Gracias, mi querida Geraldine! Tú sabes de estas cosas.. Sale con humor cuando lo digo porque si lo dejo adentro es pura amargura, jeje.. Saludos!!

Zarqawi dijo...

Tener carro es como una droga y una adicción. Feliz abstinencia... :/

En todo caso, se que suena tonto (¿o a realismo mágico?), pero las cosas estan tan pero tan bien que no queda sino decirte:

"Ricardo, menos mal que no te mataron ni nada".

Un abrazo....

Anónimo dijo...

Ricky primo bello,qué placer porder leer todo este cuentón con la lamentable bajada de la mula que te hicieron esos c... de su pobre m...!
En fin los problemas de los demás siempre me han parecido muuuuuy atractivos, jejejeje... y escritos con tanto estilo pues muchiiiiisimo mejor!!!
Te quiero mucho y que bueno que no estabas cuando ocurrió ;)

(Es Manina, me dio flojera registrarme ;)

car::melo dijo...

aprovecha cada segundo... ponle nombre a cada una de las cosas que mas aprecias y trátalas con cariño!
amigo! espero que recuperes un vehículo pronto! en el bosque tienes mi bicicleta, aunque próximamente debe estar en santa mónica!

y me recordaste a cusati! jajaja, dándole la cola a los alumnos!

Ricardo Andrade dijo...

Jajaja, gracias, querido Tío Car, por ponerme tu bici a la orden. Lo tendré seriamente en cuenta. Un abrazo trasatlántico!