A través del parabrisas apenas podía divisarse que a aquel hombre de franela harapienta y jean arremangado le faltaba una pierna. En medio del tráfico de aquella tarde nublada, él ocupaba el rayado peatonal de la esquina contraria a la mía y, mientras el semáforo contenía el brío de los motores, daba saltos entrecortados que parecían indicar un extraño desbalance. Pero la distancia impedía ver detalles.
Minutos antes un locutor anunciaba en la radio que, tras su extensa huelga de hambre, la situación de Franklin Brito se complicaba. Es un chantajista, decía Carlos Escarrá. Es un luchador honesto, esgrimía la hija del productor. En otra emisora se hablaba de los buenos oficios de la Mesa de la Unidad, al tiempo que otra voz aseguraba que las “fuerzas progresistas de la revolución” con seguridad alcanzarían no menos de 120 curules en la Asamblea Nacional. Que fueron encontradas 80 mil toneladas de comida podrida en containers de Pdval, mientras el gobierno blande su espada contra los acaparadores de Empresas Polar, ironizaba un economista. Es imposible dejar de hacer una asociación con el ayuno de Brito y, por supuesto, con la malnutrición que muchos padecen, ya no por protesta sino por carestía. “Detuvieron a los gerentes de Pdval involucrados”, reza el titular de un resumen de noticias. “Tenemos soberanía alimentaria”, se burla un ministro.
Entretanto, el hombre continuaba saltando sobre su única pierna y la luz aún inmovilizaba a los motores con su rojo incandescente. Este viernes le fue dictada orden de captura a Guillermo Zuloaga y a su hijo. La Sociedad Interamericana de la Prensa se pronuncia al respecto. También un relator de la ONU. Surgen preguntas: ¿La justicia es igual para todos o se afinca con el que resulta incómodo? ¿Puede hablarse de libertad de expresión plena en Venezuela?, ¿de prensa?, ¿de empresa?, ¿de salir a la calle con tranquilidad?, ¿de algo?
La luz cambió a verde y decidí cerrar mis oídos y hundir el acelerador de forma muy lenta para contemplar al hombre. Con las manos a los lados sujetaba un mecate que, mediante movimientos sucesivos, hacía pasar sobre su cabeza, detrás de su espalda, a ras del pavimento y delante del pecho: saltaba la cuerda con su única pierna a cambio de lo que la generosidad y la confianza de los conductores pudieran brindarle.
¿Cómo se puede tener una economía blindada cuando miles de personas no sólo viven en la calle, sino que hasta se mantienen a costa de sus propias debilidades? ¿Y qué tiene que ver la agenda mediática con ese hombre que pide limosna a cambio del espectáculo de su miseria? Nada. Porque ellos no existen, no votan y, por tanto, no importan. Son venezolanos que no alcanzan la categoría de ciudadanos. No les compete la SIP, ni la ONU, ni los batallones socialistas, ni el CNE, ni la soberanía alimentaria. No pertenecen a nada y, sin embargo, son un reflejo de todo.
Los sucesos noticiosos son significativos. Ciertamente dan cuenta de una parte de la vida en la polis, pero sólo de una parte. Al margen de la ciudad, invisibilizado por las gríngolas de la cotidianidad o los colorines de una “fiesta democrática”, hay un indigente discapacitado que, con su doble estigma, dicta cátedra de inclusión social y nos recuerda con exactitud lo que somos mientras salta la cuerda con su única pierna.
Henri Michaux - A las puertas de la ciudad
Hace 2 horas
2 comentarios:
Que capacidad de narración,logras que lector se traslade de inmediato, casi sentí que era tu copiloto. Felicitaciones, sé que lo
sabes,pero lo reitero, eres excelente en lo que haces-
Wow!! Muchas gracias por esas palabras! Lo que dices me conduce a una bella imagen del lector como copiloto.. Te la agradezco, pues..
Para la próxima, déjame aunque sea un seudónimo para poder identificarte.. Mil gracias nuevamente!!
Saludos!
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